sábado, 30 de abril de 2011

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Nathalie cuenta desde el hospital el atentado de Marrakech

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De la Servidumbre Moderna - Jean Francois Brient


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Deudas de los partidos políticos con las cajas

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El PSOE es el partido que más dinero debe a la cajas. En segundo lugar se encuentra CiU.

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EL MONTE DEL ETERNO Y SU TEMPLO

EL MONTE DEL ETERNO Y SU TEMPLO
Historia y proyección profética del Monte Moriah

Dr. Alberto R. Treiyer

¿Qué puede importarnos el descubrimiento del lugar donde se habría edificado el templo de Salomón? Siendo que como adventistas tenemos nuestra mirada en la Nueva Jerusalén y en su templo celestial, ¿por qué tendrían que interesarnos los estudios arqueológicos con respecto a la vieja Jerusalén y su templo terrenal?
Por otro lado, si Dios determinó que no quedase piedra sobre piedra de aquel antiguo templo (Mat 24:2), y eso se cumplió al pié de la letra a tal punto que hasta el lugar exacto sobre el que se construyó el templo quedó olvidado e ignorado, ¿por qué habríamos de interesarnos en encontrar su localización primitiva? ¿No permitió Dios, acaso, que se borrase casi todo vestigio del templo de Salomón y de Herodes, con el deseo de que los hombres no se aferrasen a las cosas de la tierra, sino a las del cielo? (Col 3:1-3). ¿No debía atraernos más una ciudad celestial, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” mismo? (Heb 11:10).
En primer lugar, la historia del pueblo del Antiguo Pacto nos ayuda a entender mejor la Palabra de Dios y, bien específicamente, el evangelio. De allí es que también nos hemos especializado en el ritual hebreo efectuado en el antiguo tabernáculo divino levantado por Moisés en el desierto. Nunca podremos entender bien el evangelio a menos que conozcamos las sombras que lo anticipaban. En segundo lugar, ciertos detalles arqueológicos inesperados nos han ayudado a menudo a entender algunos pasajes oscuros de la Biblia. La revelación divina está llena de sorpresas siempre, ya que Dios no habla de una sola manera, sino “muchas veces y de muchas maneras” (Heb 1:1-2).
También puede interesarnos entender el contexto de la lucha entre musulmanes y judíos por acapararse de la tierra donde una vez Dios habitó visiblemente. Están los sueños que tienen un buen grupo de sionistas judíos y cristianos, de volver a reconstruir ese templo, más específicamente, el tercer templo que, según algunos, habría sido profetizado por Ezequiel. Estos intereses creados enturbian, en realidad, los intentos genuinos por conocer la historia del templo de Jerusalén. Como veremos luego, los musulmanes ocupan hasta hoy un lugar estratégico del lugar donde Salomón construyó el templo, y en su impaciencia por comenzar ya a reconstruir ese antiguo templo que atraería al Mesías en su primera venida (para los judíos sionistas), o segunda venida (para los cristianos sionistas), algunos buscan pruebas de su existencia fuera del asentamiento musulmán.
Siendo que muchos esperan que el Mesías venga (o vuelva) a este mundo vía Jerusalén, una leyenda levantada por un autor judío cuenta que después de mucho tiempo finalmente vino el Mesías tan esperado por judíos y cristianos. Por allí se le ocurrió a uno preguntarle si él era el que vino hace dos mil años atrás, o no tuvo nada que ver con él. Alguien de la multitud habría corrido entonces para susurrarle al oído:  “No diga nada, porque de lo contrario se va a armar la pelea otra vez.”
 
¡Gracias a Dios que hace las cosas bien! Porque cuando venga el Mesías lo hará en gloria y majestad, en las nubes de los cielos, de tal manera que “todo ojo lo verá” (Sal 50:3-6; Mat 24:31-32), no en lugares ocultos aquí y allí como intentará representarlo el anticristo, el diablo mismo (Mat 24:23-27). En su segunda venida, el Señor no descenderá sobre la vieja Jerusalén, ni sobre la Meca, ni sobre Roma, ni sobre ninguna pirámide. No tocará con su pie la tierra, sino que seremos nosotros los “arrebatados para recibir al Señor en el aire”, y viajar con él a la Jerusalén celestial (1 Tes 4:17). De manera que si alguno le hace esa pregunta al impostor que lo precederá, sobre cuál de los dos es, si el anterior u otro, se peleará para diversión del anticristo, con el mismo diablo.

Prehistoria del Monte del Templo

De todos los muebles del santuario, ninguno estuvo tan cargado de historia y significado como el arca del pacto. Una lección (o capítulo) entero le dediqué a esa historia en mi primer seminario sobre el santuario. También puede trazarse una historia del Tabernáculo del Testimonio y la manera en que Dios se manifestó a través de él. Pero el templo que construyó Salomón no era transportable como el arca y el tabernáculo que lo cobijaba. ¿Qué historia puede extraerse de ese templo y del monte sobre el que se lo construyó? La Biblia, los escritos judíos posteriores y la arqueología, nos traen una amplia información. En ella encontramos lo que los seres humanos le hicieron a ese templo, y al monte que el Señor se escogió para sí.
Los pueblos antiguos escogían un monte para levantar allí un templo a sus dioses. Si estaban en la llanura levantaban torres o pirámides (Gén 11:2,4). ¿Cuál sería el monte que Dios escogería para sí, para revelarse a la humanidad? De entre los tantos montes que hay en la tierra eligió uno que, desde entonces, estaría en pugna con los montes de los demás dioses o, dicho de otra manera, con los dioses de las otras naciones. Allí se revelaría no sólo la Palabra de Dios, sino también los intentos del diablo para impedir que la versión divina del conflicto entre el bien y el mal se diese a conocer. Pero al final del tiempo, el Monte del Eterno prevalecería sobre los montes de todos los dioses falsos que el enemigo de Dios habría erigido (Isa 2:2-4; Miq 4:1-2).

a) El altar que construyó Abraham. La historia del Monte del Eterno se remonta a la época de Abraham. ¿Por qué ordenó Dios a Abraham ir tres días de camino para ofrecerle sacrificios, más definidamente, el sacrificio de su “único” hijo? ¿Para probar su persistencia en obedecer a Dios aún contra sus más caros sentimientos y comprensión humana? Sin duda esa fue una razón. Pero había mucho más en la indicación de ir a “la tierra de Moriah”, para sacrificar a su hijo “en uno de los montes” que Dios iba a mostrarle al llegar. En uno de esos montes iba a construirse el templo, y en otro de esos montes iba a morir el Hijo de Dios en sacrificio por el pecado (Gén 22:14).
La historia del Génesis no especifica sobre cuál de los montes de Moriah sacrificó Abraham virtualmente a su hijo. Mientras que algunos cristianos suponen que fue sobre el mismo monte sobre el que el Hijo de Dios moriría en sacrificio por los pecados del mundo, la mayoría está de acuerdo con los judíos que aseguran que fue sobre el lugar en el que se inauguraría el templo de Salomón con la sangre de los sacrificios de los animales. Lo que queda claro y nos interesa resaltar más en la descripción del lugar donde Abraham debió construir el altar, es que ese monte iba a tener un valor sagrado permanente desde ese momento, porque lo llamó “El Señor proveerá. Por eso se dice hasta hoy:  ‘En el monte del Eterno será provisto’” (Gén 22:14).
La frase, beHar YHWH yiraeh, puede traducirse de dos maneras, “en el monte el Eterno proveerá” o “en el monte el Eterno será visto”. Ambas traducciones proyectan un impacto profético imposible de ignorar, porque mientras en la primera se pone el énfasis en el sacrificio que va a ser provisto, en la segunda traducción se prevé que volverá a ser visto. Y siendo que el “Ángel del Eterno” es el Eterno mismo (Gén 16:7-13; 18:1,13,17,20,22,33; Juec 6:11-23; 13:21-22; Zac 3:1-2; Mal 3:1-3), puede interpretarse que David lo vio otra vez cuando vio al “Ángel del Eterno” sobre ese mismo lugar (1 Crón 21:16). Nuevamente, en ese lugar todo el pueblo vio la gloria de Dios descender del cielo una vez que el templo se construyó (2 Crón 7:1-3). Allí sería visto, además, por el sumo sacerdote cada Día de la Expiación (Lev 16:2).
Jesús se refirió a esta historia en una de sus controversias con los dirigentes judíos, y proyectó esa expresión para sí mismo, en un contexto en donde se atribuyó claramente la naturaleza de Dios. En esa oportunidad parece haber favorecido la traducción que pone énfasis en lo que Abraham vio. En el contexto del sacrificio de Isaac, lo que se le reveló a Abraham involucraba también el sacrificio que Dios iba a ofrecer por la humanidad. “Abraham, vuestro padre”, dijo, “se gozó de ver mi día. Lo vio, y se gozó” (Jn 8:56). ¿Por qué se gozó? Porque no debió sacrificar a su propio hijo. El sacrificio futuro hacía innecesaria la muerte de Isaac, y traía esperanza para el cansado viajero.
Sabiendo los judíos que el Génesis se había referido a Dios mismo, y concediéndole a Jesús veinte años más de vida, se burlaron diciendo: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?’” (v. 57). Entonces Jesús les dijo, claramente, que él es el YHWH, el gran “YO SOY” del Antiguo Testamento (v. 58). Con eso se terminó la discusión. Pero el intento de apedrearlo por blasfemo fracasó porque aún no había llegado ese “día” que Abrahán había visto. “Jesús se encubrió, y salió del templo” (v. 59).
Abrahán habló con el “Ángel del Señor” cuando estuvo por sacrificar a su hijo. Pero al ponerle a ese Monte un nombre futuro, dejó el Génesis claro que el Eterno volvería a manifestarse sobre ese monte, en un contexto de sacrificio superior. Y así como el Monte de Sión estaba junto al Monte de Moriah, pero por metonimia pasó a abarcar el templo y toda la ciudad de Jerusalén; así también podía comprender el monte Calvario donde Jesús murió, cumpliendo con el sacrificio que proyectó Abraham. Ese día vio por anticipado Abraham, cuando el Padre del cielo dio a su Hijo en sacrificio por el pecado.
“Mediante símbolos y promesas, Dios ‘evangelizó antes a Abraham’ (Gál 3:8). Y la fe del patriarca se fijó en el Redentor que había de venir… El carnero ofrecido en lugar de Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de ser sacrificado en nuestro lugar” (PP, 150).
 

Puede irse más allá y verse a Jesús como la shekinah o “gloria” del templo de Israel. E. de White dice que al llegar Abraham cerca del lugar, “mirando hacia el norte, vio la señal prometida, una nube de gloria, que cubría el monte Moria, y comprendió que la voz que le había hablado procedía del cielo” (PP, 145). Esa nube de gloria descendió otra vez, cerca de un milenio después, sobre el Templo de Salomón, y permaneció allí por alrededor de 400 años. Pero desde que los cautivos volvieron de Babilonia, esa gloria no había descendido sobre el segundo templo. Por tal razón, al decirles a los judíos que Abraham había visto su día, Jesús estaba implicando también que él era esa gloria prometida del segundo templo. Y aunque “vino a lo suyo, los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11). En lugar de cubrir esa gloria con una nube como en la antigüedad, la veló con la carne humana (Jn 1:14). Así hizo depender su recepción de una naturaleza espiritual, de tal manera que “a todos los que lo recibieron, a los que creyeron en su Nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Jn 1:11-12).
E. de White vio también el templo como siendo el que Dios quiso proyectar con ese altar, y los futuros sacrificios de animales. Por supuesto, según lo expresa claramente, esos sacrificios representaban al gran sacrificio que el Hijo de Dios iba a llevar a cabo en esa misma tierra de Moriah. Al describir “la historia de más de mil años durante los cuales Dios extendiera su favor especial y sus tiernos cuidados en beneficio de su pueblo escogido”, que ahora se extendía delante de Jesús al contemplar el templo desde el Monte de los Olivos, la pluma inspirada declaró:
“Allí estaba el monte Moriah, donde el hijo de la promesa, cual mansa víctima que se entrega sin resistencia, fue atado sobre el altar como emblema del sacrificio del Hijo de Dios. Allí fue donde se le habían confirmado al padre de los creyentes el pacto de bendición y la gloriosa promesa de un Mesías (Gén 22:9; 16:18). Allí era donde las llamas del sacrificio, al ascender al cielo desde la era de Ornán, habían desviado la espada del ángel exterminador (1 Crón 21), símbolo adecuado del sacrificio de Cristo y de su mediación por los culpables…” (CS, 20).

b) El altar que construyó David. La otra historia que se trae a colación en relación con el templo de Salomón, y en conexión con el altar que construyó Abraham, es la que llevó a David a comprar todo el monte donde más tarde su hijo construyó el templo. Aunque no se le permitió a David construir el santuario divino, preparó los planes siguiendo el trazado que Dios mismo le dio, para facilitar la tarea de construcción a su hijo (1 Crón 28:11ss). ¿En qué lugar ubicó David el templo que su hijo debía edificar?
David cometió un grave pecado al censar al pueblo, cuando Dios ya le había dado “reposo” de sus enemigos. En lugar de educar al pueblo para la paz, y confiar en Dios, quiso afirmar su reino en el poderío humano. Por tal razón le impidió también construir el templo, que sólo un hombre de paz y libre de sangre podía erigir. El relato está en 2 Sam 24 y 1 Crón 21. [Algunos creen que David habría hecho el censo sin requerir el pago del rescate por cabeza (Ex 30:12)].
De entre los tres castigos que Dios le ofrece a David, escoge caer en manos de Dios. Como hombre de guerra sabía lo terribles que eran los guerreros en sus batallas, su carácter vengativo y cruel. Pero sabía también cuán compasivo es Dios cuando castiga a sus hijos. Por tal razón exclamó: “caiga yo en la mano del Eterno, que es grande en misericordia, y no caiga en mano de hombres” (1 Crón 21:13). 

Aún así, el castigo de Dios ya había comenzado a caer sobre el pueblo, y el ángel exterminador estaba sobre lo alto del monte Moriah listo para destruirlo. Con compasión Dios ordenó al ángel detener su mano, como lo había hecho con Abraham cuando estaba por sacrificar a su hijo en holocausto cerca de un milenio atrás, y en el mismo lugar (1 Crón 21:14-15). “Y el ángel del Señor estaba junto a la era de Ornán el jebuseo. David alzó sus ojos y vio al ángel del Eterno entre el cielo y la tierra, con la espada en su mano, extendida contra Jerusalén” (v. 15úp-16). David intercedió por el pueblo y pidió que el castigo cayese sobre él y su casa. Entonces “el ángel del Señor ordenó a Gad (el profeta), que dijese a David que construyese un altar al Eterno en la era de Ornán el jebuseo (v. 18).
Ornán el jebuseo vio también al ángel del Eterno y se asustó. Junto con sus cuatro hijos dejaron de trillar el trigo y se escondieron. Llegó David al lugar y le compró la propiedad, pagándole 50 ciclos de plata (2 Sam 24:24), y posteriormente 600 siclos de oro por todo el Monte del Templo (1 Crón 21:25). “Y edificó allí David un altar al Eterno, y ofreció holocaustos y ofrendas de paz, e invocó al Eterno, que le respondió con fuego desde el cielo sobre el altar del holocausto. Entonces el Eterno habló al ángel, y él guardó su espada” (v. 26-27). Al ver que Dios le había respondido “en la era de Ornán… ofreció sacrificios allí” (v. 28).
Algunos creen que David levantó en ese lugar un templo provisorio (2 Crón 21:18; 29:21), mientras preparaba los planos para construir al Eterno un templo fijo y permanente. “Entonces dijo David: ‘Aquí se levantará el templo de Dios, y el altar del holocausto para Israel” (1 Crón 22:1). David sabía como todo Israel, que ése era el monte al cual Abraham había llamado “en el Monte el Eterno será visto”, y en relación al sacrificio que iba a ser provisto. A diferencia del relato de Abraham, sin embargo, el de David contiene más detalles geográficos, algunos bastante significativos sobre el lugar en donde construyó el altar por orden del Señor.
En primer lugar, el ángel no estaba sobre la era, sino al lado (etsel). En segundo lugar, el ángel debe haber estado de pie sobre un lugar más elevado. No se solía ubicar las eras de trigo sobre el tope de una montaña, sino un poquito más bajo, para que el viento no llevase el trigo junto con la paja. Siendo que en Jerusalén, el viento proviene regularmente del oeste, se arguye también que la era de Ornán debe habérsela ubicado debajo de la roca conocida hoy como Sakhra, y al este de ella. Recordemos que la entrada al templo daba al este, y el lugar santísimo al oeste.
Estos hechos descartan la creencia de algunos de que David habría construido el altar sobre la Sakhra, que es el lugar más alto del monte de Moriah. El espacio de esa roca no era suficientemente grande para poner allí una era de trigo y, dada su elevada posición, corrían los bueyes el peligro de deslizarse hacia abajo. También se hace notar que si el templo se hubiera construido al oeste de la Sakhra, hubiera requerido fundamentos más profundos, mucho más profundos que los seis codos que había hacia el este, ya que hacia el oeste la pendiente desciende más abruptamente.
Así, se deduce que David construyó el altar al este de la Sakhra, un poco más bajo, en la era de Ornán, en un lugar que está ahora a 20 pies al este del Domo de la Cadena. En este contexto, se sugiere que el ángel estaba de pie sobre esa roca, como si estuviera “entre el cielo y la tierra”. Siendo que el arca era el lugar de donde provenían los oráculos de Dios (Núm 7:89), y el ángel estaba “entre el cielo y la tierra”, se argumenta que el ángel estuvo de pie sobre el lugar en el que más tarde se colocaría el arca en el lugar santísimo del templo de Salomón.
Prestemos atención una vez más a esta descripción. “El ángel del Señor estaba entre el cielo y la tierra” (1 Crón 21:16). A través de Isaías dijo el Señor: “el cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies” (Isa 66:1). El estrado de sus pies estaba en su templo de Jerusalén, más definidamente en el lugar santísimo donde estaba el arca del pacto (1 Crón 28:2). Jacob vio en sueños una escalera mística que unía el cielo con la tierra. Dios estaba en la cima, y él al pie de la misma. Los ángeles de Dios subían y bajaban por esa escalera. ¿Estaba el Señor indicando de esa manera, que el lugar que había pertenecido a Ornán el jebuseo y sobre el que David edificó un altar, iba a transformarse en el vínculo místico que une el santuario celestial con el terrenal?
Esto es lo que afirman algunos intérpretes, y que E. de White confirma al considerar los pensamientos tan cargados de historia que embargaron al Hijo de Dios mientras contemplaba a Jerusalén desde lo alto del Monte de los Olivos. “Jerusalén había sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El Señor había ‘elegido a Sión; deseóla por habitación para sí” (Sal 132:13)… Allí se había asentado la base de la escalera mística que unía el cielo con la tierra (Gén 28:12; Jn 1:51), que Jacob viera en sueños y por la cual los ángeles subían y bajaban, mostrando así al mundo el camino que conduce al lugar santísimo…” (CS, 21).

Historia

La prehistoria del templo de Salomón que acabamos de considerar nos permite ver que Dios puede leer en los lugares tanto el pasado como el futuro que se desarrolla después. Con mucho tiempo de anticipación, Dios había escogido para sí un lugar para morar en medio de su pueblo, y revelar sus oráculos sagrados. A través de la elección de Israel y de su ciudad capital, Jerusalén, Dios se propuso revelar al mundo el plan de salvación. Todo lo que allí ocurriera estaría enmarcado dentro de la historia de la salvación.
 
Mientras contemplaba Jesús la ciudad de Jerusalén en esa última semana de oportunidad que tenían sus habitantes de aceptarlo como Mesías, pudo ver también como en un panorama la historia de ese lugar tan favorecido por Dios. “Allí habían proclamado los santos profetas durante siglos y siglos sus mensajes de amonestación. Allí habían mecido los sacerdotes sus incensarios y había subido hacia Dios el humo del incienso, mezclado con las plegarias de los adoradores. Allí había sido ofrecida día tras día la sangre de los corderos sacrificados, que anunciaban al Cordero de Dios que había de venir al mundo. Allí había manifestado Jehová su presencia en la nube de gloria, sobre el propiciatorio” (CS, 21).
¿Cómo encaramos, pues, la historia de ese lugar tan sagrado y consagrado por siglos de historia? Primero tendríamos que descubrir el lugar, para luego tratar de entender los cambios y cicatrices que le dejaron con los años en base a un trato profano del lugar sagrado. Sin embargo, para propósitos prácticos, convendrá que adelantemos ciertos hechos cruciales de la historia de ese templo y de su lugar, que nos servirán de anticipo de los descubrimientos arqueológicos modernos.
a) El templo de Salomón. Salomón inauguró el templo de Dios reconociendo la trascendencia divina, al mismo tiempo que su condescendencia para habitar entre los hombres (1 Rey 8:27ss). Y Dios respondió a su oración con fuego del cielo como lo había hecho con David su padre sobre el mismo altar que ahora formaba parte del templo visible de la Deidad (1 Rey 8:22; 2 Crón 7:1-3).
 

Durante los cuarenta años de reinado de Salomón, ese templo permaneció en paz. Pero el rey terminó permitiendo a sus mujeres que construyesen templos a sus dioses (1 Rey 11), para sacrificar a sus hijos en el Valle de Hinnom (transliterado al griego como gehena), fuera de las murallas de la ciudad de Jerusalén, al suroeste de la ciudad y del Monte de Sión (la antigua fortaleza jebusita y posterior ciudad de David). Por más terrible y aborrecible que pueda haber sido ese hito histórico, terminó siendo utilizado por Dios para ilustrar el infierno eterno (eterno por sus consecuencias, no por su duración: Isa 30:33: en lugar de “rey” es Moloc; el recinto sagrado donde sacrificaban a Moloc se llamaba Tofet, traducido a veces por “lugar de incendio”: 66:24, etc).
 
 Valle de Hinnom (Gehena)
 Durante los cuarenta años de reinado de Salomón, ese templo permaneció en paz. Pero el rey terminó permitiendo a sus mujeres que construyesen templos a sus dioses (1 Rey 11), para sacrificar a sus hijos en el Valle de Hinnom (transliterado al griego como gehena), fuera de las murallas de la ciudad de Jerusalén, al suroeste de la ciudad y del Monte de Sión (la antigua fortaleza jebusita y posterior ciudad de David). Por más terrible y aborrecible que pueda haber sido ese hito histórico, terminó siendo utilizado por Dios para ilustrar el infierno eterno (eterno por sus consecuencias, no por su duración: Isa 30:33: en lugar de “rey” es Moloc; el recinto sagrado donde sacrificaban a Moloc se llamaba Tofet, traducido a veces por “lugar de incendio”: 66:24, etc).
Poco después de morir el constructor del templo, la apostasía se incrementó, y los ataques al templo no se harían tardar. El primero de ellos se dio estando Roboam aún como rey (hijo de Salomón), tras una invasión de Sisac, faraón de Egipto (1 Rey 14:26). Luego de separarse las diez tribus del norte, Joas, rey de Israel, también atacó Jerusalén, rompió sus muros, y saqueó gran parte de los utensilios del templo (2 Rey 14:13-14), lo que ha llevado a algunos a pensar que ya para entonces los sacerdotes habrían escondido el arca del pacto.
Aquí corresponde afirmar que todas las veces en que el templo de Salomón fue saqueado o dañado, volvió a reconstruírselo sin perjudicar o desviar el esquema básico original. Los daños producidos por los predecesores del rey Joas de Judá fueron seguidos de extensas reparaciones bajo la dirección del sumo sacerdote Joiada (2 Rey 12:1-16; 2 Crón 24:1-14). El terremoto que afectó al templo en el último año del rey Uzías (Zac 14:5), condujo a una reparación parcial durante el reino de Jotam (2 Rey 15:35; 2 Crón 27:3).
En ese año el rey Uzías había cometido un gran pecado al pretender entrar dentro del templo para oficiar como si fuera sacerdote, y contrajo como castigo la lepra, de la cual murió poco después. Ese terremoto tiene que haber sido considerado como una seria advertencia divina sobre las consecuencias de desobedecer sus leyes, y sobre la estabilidad del templo que habían venerado durante tanto tiempo. De hecho, Josefo, el historiador judío del primer siglo, refiere una tradición que afirmaba que el terremoto ocurrió cuando el rey Uzías entró al templo para ofrecer incienso (Ant., IX, x, 4). En otras palabras, por más piedras grandiosas que poseyese ese templo, por más estable que se lo viese, podía terminar siendo destruido con la consiguiente partida de la gloria divina. Dios no es inmanente a los objetos y personas, sino trascendente. Puede morar en ellos, pero también retirarse.
Fue en esa época en que Uzías murió por cometer ese grave pecado, que Isaías fue llamado al ministerio profético. Y fue en ese año también, que tuvo la visión del templo celestial con Dios sentado para juzgar a su pueblo en el lugar santísimo (Isa 6:1-7). Al contemplar la gloria de Dios, el profeta se sintió morir como si fuese inmundo o leproso. Pero había todavía oportunidad para los que clamasen por perdón, y fue limpiado. Dios anticipó entonces que Jerusalén iba a ser destruida, y su pueblo dispersado (Isa 6:11-13). Y siendo que el templo estaba dentro de la ciudad, ese anuncio era un presagio de su destrucción también. Entonces experimentarían el destierro del rey Uzías por su lepra y el trato que recibirían de las demás naciones que les dirían:  “¡Apartaos, impuros! ¡Apartaos, apartaos, no nos toquéis! Cuando huyeron y fueron dispersos, dijeron entre las naciones:  ‘Nunca más vivirán aquí’” (Lam 4:15).
Ese terremoto quedó marcado en la mente de los antiguos israelitas, y sirvió para hacer ver que el mensaje de juicio que Dios había dado al profeta Amós contra el reino de Israel no era de desestimar (Am 1:1). Previendo el futuro juicio de Dios, muchos huyeron de Jerusalén para habitar en lugares más apartados, lo que sirvió a Zacarías para ilustrar lo que va a pasar en el “día del Señor” (Zac 14:1,5).
De nuevo, en tiempos de Ezequías, debió limpiarse el templo de todas las inmundicias que se habían acumulado durante el reinado de Acaz su padre (2 Crón 29:3-19), quien hasta había erigido otro altar según el modelo que tomó de un templo en Damasco, desplazando el altar de bronce hacia el norte del patio del templo (2 Rey 16). Lo que hizo Ezequías fue restablecer los servicios de la casa de Dios que habían sido interrumpidos por su padre (2 Crón 29:35). Nuevamente, cada restauración posterior procuraba volver el orden al original que había sido establecido al principio.
En los tiempos peligrosos del reino de Manasés y de su hijo Amón, los sacerdotes piadosos decidieron quitar el arca del lugar santísimo y guardarla en un lugar seguro. Manasés llegó a instalar una imagen pagana en el lugar santísimo (2 Rey 21:7; 2 Crón 33:15). Con la ascensión de Josías al reino de Judá, se hizo una amplia reforma que lo llevó a atreverse incluso a destruir el Tofet y sus altares a Moloc que Salomón había permitido erigir en el valle de Hinom y el monte contiguo en honor a los dioses de sus esposas (2 Rey 23:10ss).
Josías restableció el pacto con Dios, y trajo el arca otra vez a su lugar debido en el templo de Salomón (2 Crón 35:3). Esta es la primera vez que tenemos una prueba definida de la tendencia a esconder el arca por parte de los sacerdotes encargados de custodiarla, en momentos de gran apostasía. Llama la atención también que de a momentos Dios se esconde, y de a momentos interviene con su poder para salvar (Isa 45:15), como lo hizo antiguamente con el arca cuando los hijos de Elí la quitaron para llevarla a la batalla (1 Sam 4-6).
El día llegó en que la paciencia de Dios se agotó. “También todos los príncipes de los sacerdotes y el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las naciones, y contaminando la casa que el Eterno había santificado en Jerusalén… Ellos se reían de los mensajeros de Dios, menospreciaban sus palabras, y se burlaban de sus profetas, hasta que la ira del Eterno subió contra su pueblo, y no hubo más remedio” (2 Crón 36:14-16). Al retirarse la gloria divina del templo y de su ciudad (Ezeq 9-10), vinieron los babilonios y destruyeron ambas cosas en el año 586 AC.
 
Los babilonios se llevaron todos los muebles a Babilonia (2 Rey 24:13), exceptuando el arca que fue escondida, y cuyo secreto parece haber muerto con los que la escondieron. Algunos creen que debe estar escondida en una de las cuevas o cavernas que hay debajo de la plataforma donde una vez estuvo el templo. Pero los árabes tienen un edificio al que consideran sagrado allí, y les es imposible a los judíos hacer excavaciones en el lugar.

 b) El templo de Zorobabel. La reconstrucción emprendida por el príncipe heredero Zorobabel y el sumo sacerdote Josué 70 años después del cautiverio y de la destrucción de Jerusalén, y posteriormente por Esdras y Nehemías, siguió el trazado del templo anterior. Algunos han querido negar que el templo se hubiese construido sobre el mismo lugar, pero esto va contra todos los principios involucrados en la construcción del templo, en el que Dios estableció claramente la posición con respecto a los puntos cardinales. Como veremos después, tales deducciones suelen tener un trasfondo sionista de quienes quieren poder volver a construir ese templo lo antes posible, y no ven fácil la eliminación del edificio que erigieron los árabes en el S. VII. Sobre este punto volveremos al considerar los descubrimientos arqueológicos más recientes efectuados en los alrededores del área del templo.
 
Otro momento de crisis llegó para este segundo templo, cuando Jerusalén fue invadida por los seléucidas en el S. II AC. Antíoco Epífanes profanó el templo sacrificando puercos sobre él, lo que llevó a los macabeos a rededicar otro altar a Dios. Las piedras del altar anterior fueron llevadas a un monte y dejadas allí hasta que un profeta viniese para decidir sobre su destino (1 Mac 4:36-61; 2 Mac 10:1-8). Esto prueba que los judíos vivían en medio del largo período que se extendió desde Malaquías hasta la primera venida del Señor, sin revelación directa de Dios. A su vez, lo que era consagrado a Dios no volvía a santificarse, razón por la cual tomaron esa medida extrema en relación con las piedras del altar.
De todas maneras, los judíos no tenían más el arca, y esperaban que se encontrase alguna vez en el futuro, para que descendiese de nuevo la gloria de Dios. Ellos reconstruyeron los dos altares, la mesa y el candelabro, pero no el arca, porque el trono de Dios, representado por el arca, es irremplazable. Además, el arca era ante todo, “el arca del pacto” (Deut 9:9,11,15) y “del testimonio” (Ex 30:6,26; 39:35; 40:3,5,21; Núm 4:5). Como tal contenía la ley de Dios escrita con su propio dedo, y nadie iba a atreverse a escribir con su dedo humano algo que era de escritura divina. Esto nos permite ver que donde la ley de Dios no está, la gloria de Dios tampoco desciende.
 
 Así también, es por obra del Espíritu que la ley se escribe hoy en el corazón de cada creyente y de la iglesia de Cristo. Sin esa escritura divina, nadie puede contar con el descenso de la gloria espiritual que se da libremente en todo aquel que invoca el Nombre del Señor (Juan 14:21,23; 2 Cor 3:3; véase 1 Cor 3:16; 6:19-20). El engaño de los últimos días consistirá en pretender contar con el descenso del fuego celestial sin guardar los mandamientos de Dios (Apoc 13:13-14; compárese 2 Tes 2:10-12, y Sal 119:86).

c) El templo de Herodes. Se arguye que los pocos y pobres repatriados hebreos no estaban en condiciones de emprender una obra de una envergadura tal como el de reconstruir el monte del templo sobre otros cimientos que los que ya existían de la época de Salomón (véase Isa 58:12). La primera modificación real se hace durante la dinastía de los asmoneos (macabeos: 141 AC), y tuvo que ver con la plataforma (patio) del templo que se extendió algo hacia el sur. Tuvieron que reparar, además, todo lo que Antíoco Epífanes había dañado.
Fue sobre el templo macabeo que añadió Herodes su propia expansión, agrandando al doble el tamaño del monte del templo. Su reedificación comenzó en el año 19 AC, y se completó alrededor de medio siglo después. Mientras que Salomón debió construir un muro de contención para llenarlo con tierra y de esa manera crear una plataforma nivelada sobre la colina más alta de Jerusalén, Herodes amplió esa plataforma al doble construyendo una muralla en tres lados—oeste, sur y norte—y extendiendo la cuarta muralla (la oriental) al norte y al sur para alcanzar las nuevas murallas. El lado oeste es una sección actual del muro de contención que construyó Herodes para sostener el Monte del Templo. Con esto cambió la topografía del área.
Al mismo tiempo, Herodes quitó el fundamento anterior y lo elevó seis codos, nivelando el lugar santo con el lugar santísimo. La roca, llamada Sakhra, quedó así prácticamente sepultada o, más precisamente, a ras del suelo. Según Josefo, el muro de contención de Herodes pasó a ser “la obra más prodigiosa que jamás se escuchó hecha por el hombre” (W., Antiquities of the Jews 15.11.3). Eso equivale a cinco campos de fútbol de norte a sur, y a seis campos de fútbol de oeste a este.
Fue ese templo magnífico el que contempló Jesús desde la ladera de la montaña oriental, embellecido con oro y piedras costosas de mármol blanco importado. “Ese templo resultó ser el edificio más soberbio que este mundo haya visto” (CS, 26). Algunos creen que, de no haber sido porque los romanos lo destruyeron por completo, todavía seguiría siendo una de las maravillas del mundo. ¿Cuáles fueron las razones por las que Dios permitió que fuese borrado prácticamente del mapa?
Para que tengamos una idea, las piedras más grandes tuvieron 44.6 pies por 11 pies, con un peso de 628 toneladas cada una. Al dar con semejantes piedras, algunos trabajadores devotos que participaban en la excavación del lado exterior del monte del templo pensaron que semejantes piedras podrían haberlas traído únicamente ángeles. Hoy se sabe, sin embargo, que usaron un sistema de terraplenes y muros de contención producidos por esas mismas piedras que volvían a rellenar una vez que eran colocadas. Así, no necesitaban alzar esas tremendas moles de piedras para colocarlas una sobre otra (algo imposible), sino que las hacían subir suavemente por esos terraplenes sobre rodillos de troncos tirados con sogas por bueyes. Al terminar la tarea y en donde fue necesario, quitaron esos terraplenes. Así lograron hacer una muralla de 16 pies de grosor en la zona de alargue del Monte del Templo, toda una fortaleza que parecía inexpugnable. Según Josefo, se utilizaron mil bueyes para esa extensión.
La emoción del Señor era muy diferente a la de los discípulos que con orgullo llamaron su atención a las piedras impresionantes que se habían traído. “De haberse mantenido Israel como nación fiel al Cielo, Jerusalén habría sido para siempre la elegida de Dios (Jer 17:21-25). Pero la historia de aquel pueblo tan favorecido era un relato de sus apostasías y sus rebeliones. Había resistido la gracia del Cielo, abusado de sus prerrogativas y menospreciado sus oportunidades” (CS, 21). En las patéticas palabras de su Mesías divino venido en carne, se puede leer el dolor que embargó al Hijo de Dios cuando entre sollozos exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos bajo sus alas! Y no quisiste. Vuestra casa os queda desierta” (Mat 23:37-38). “No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (Mat 24:1-2).
“Cristo vio en Jerusalén un símbolo del mundo endurecido en la incredulidad y rebelión que corría presuroso a recibir el pago de la justicia de Dios… Dirigiendo Jesús sus miradas hasta la última generación vio al mundo envuelto en un engaño semejante al que causó la destrucción de Jerusalén. El gran pecado de los judíos consistió en que rechazaron a Cristo, el gran pecado del mundo cristiano iba a consistir en que rechazaría la ley de Dios, que es el fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra” (CS, 24-25).
Llama la atención que aún antes que viniese la destrucción final en el macrocosmos del mundo, Dios permitiría ilustrar la angustia final con algunos microcosmos ilustrativos que serían equivalentes al de la destrucción de Jerusalén. “Los deleitables monumentos de la grandeza de los hombres se harán polvo aun antes que venga la última gran destrucción sobre el mundo” (3MS, 478-479 [1901]). “El Señor me ha hecho saber que a pesar de su insólita firmeza y su costosa imponencia, esos edificios correrán la misma suerte del templo de Jerusalén” (5CBA 1074 [1906]). “Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios!” (Mar 13:1).

 Templo de Herodes / Destrucción de Jerusalén
Post-historia
Tan completamente se cumplieron las palabras del Señor que, hasta el día de hoy, la ubicación exacta de ese templo tan magnífico que contó con una plataforma de 145 acres (cerca de 60 hectáreas), es motivo de debate. Siendo que el fuego derritió el oro del templo que se escurrió entre las piedras, los soldados posteriormente las removieron con el propósito de extraerlo y enriquecerse. Y en lugar de 70 años de destrucción como había sido el caso del templo de Salomón, ya llevan prácticamente dos milenios de esta última desolación. Peor aún, en su lugar se emplazaron cultos paganos y cristianos y, posteriormente, un santuario musulmán que está en pie hasta hoy.
¿Qué implicaciones tuvo y tiene para el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, el hecho de que esa escalera mística no esté más sobre el monte del templo durante tanto tiempo? Esto lo veremos más adelante. Consideremos primero lo que le pasó a ese lugar luego que se cumpliesen al pie de la letra las palabras del Señor de completa desolación para ese templo por haber rechazado su razón de ser, la gloria misma de Dios velada en carne.

a) Intentos judíos de recuperación. Según lo confirman las enciclopedias judías, no hubo ningún cristiano en Jerusalén cuando la ciudad fue destruida en el año 70. Siguiendo el consejo del Señor, en la primera oportunidad que tuvieron escaparon de la ciudad y de su ruina. Los judíos, en cambio, creyéndose siempre favorecidos por Dios, se atrincheraron dentro de la ciudad pensando hasta el último momento que Dios iba a intervenir. Pero vanas fueron sus esperanzas, y la catástrofe seguida cien veces peor.
Esa primera gran revuelta judía contra los romanos comenzó en el año 66 y terminó con la destrucción del templo y su ciudad Jerusalén en el año 70. Posteriormente hubo algunos motines que se produjeron en un intento de algunos judíos por volver, y que llevó a los romanos a forzar la vigilancia sobre ese lugar. Un segundo gran intento de recuperar el monte del templo se dio en la revuelta de Simón Bar Kokhba (“Hijo de la Estrella”), a quien el sanedrín judío de la diáspora proclamó Mesías, en presunto cumplimiento de Núm 24:17: “saldrá estrella de Jacob”. Esto hizo que las dos comunidades, cristiana y judía, se distanciasen más aún de lo que ya lo habían estado con la destrucción de la ciudad, porque para los cristianos Jesús era el verdadero Mesías, y la destrucción de la nación provino de su rechazo por parte de los judíos.

Arco de Tito sobre saqueo del templo / César Adriano / Dracmas de Adriano

Todo comenzó cuando el emperador Adriano visitó en el año 130 las ruinas de Jerusalén, y pareció manifestar simpatías hacia los judíos a quienes les prometió ayudar para reconstruir su ciudad. Pero los judíos se enfurecieron cuando captaron que las intenciones del emperador eran de establecer un culto pagano sobre el monte del Señor. Al siguiente año se pusieron los fundamentos de la nueva ciudad que pasaría a llamarse Aelia Capitolina, y un nuevo templo donde había estado el anterior se erigió en honor a Júpiter.
 Dracmas de Adriano y templo de Júpiter / Monedas de Bar Kokhba / Papirus de Bar Kokhba
La revuelta judía se organizó en secreto. Los romanos fueron tomados por sorpresa, lo que le permitió a Bar Kokhba apoderarse en poco tiempo de Jerusalén, y proclamar “la era de la restauración de Israel”. Volvieron a construir el altar y restauraron los sacrificios. Pero Roma reaccionó y trajo sobre Jerusalén un ejército mayor aún que el que había destruido el templo. Después de tres años de sangrientas batallas, la rebelión fue completamente aplastada. Según Casios Dío, 580,000 judíos murieron en esa segunda gran rebelión. 50 ciudades fortificadas y 985 poblaciones fueron arrasadas.
En este contexto Adriano, que por ser de corte helenista había abolido la circuncisión por considerarla una mutilación, decidió también suprimir la Torah y, con ello, la religión judía y particularmente su día de reposo, el sábado, y en general todo el calendario de fiestas judías. Más que nunca, los judíos fueron proscritos por todo el imperio, y no podían participar de sus tradicionales fiestas de peregrinación. Esto llevó a los cristianos, especialmente en Roma, a procurar distanciarse de los judíos e incluso de su día de reposo, ayunando en él en repulsión a la práctica judía de considerarlo su mejor día. La literatura latina pagana y cristiana abunda desde entonces en epítetos despectivos y negativos hacia la religión judía. En el monte del templo Adriano quemó también el rollo sagrado, y erigió una estatua suya como objeto de veneración. También borró del mapa el nombre de Judea. En su lugar puso el nombre Palestina, dado antiguamente por los filisteos a esa tierra, y que permanece hasta nuestros días.
Desde entonces los judíos de la diáspora comenzaron a reinterpretar las profecías mesiánicas para darles un sentido abstracto y espiritual. El Talmud, por ejemplo, terminó apodando al presunto príncipe mesías Bar Kokhba que había liderado la rebelión fracasada, como ben-Kusiva, un falso mesías. El centro de la religión judía se trasladó entonces a Babilonia en donde había una representación judía importante. Fue entonces que se compilaron la Mishnah y el Talmud, con las leyes que habían regido los servicios del templo cuando éste estaba en servicio.
En el año 324 se inició el período bizantino en Palestina, con la unificación pagano-cristiana del imperio mediante el emperador Constantino. Aunque les permitió a los judíos peregrinar a Jerusalén para ir a llorar su ciudad y su templo en ruinas, no manifestó interés alguno en reconstruirla por creer, como los cristianos desde bien temprano, que Dios había abandonado a los judíos. Otra revuelta judía posterior en el año 351, en la época del emperador Constancio Galo, terminó en una nueva represión cruenta contra los judíos.
Más tarde, la emperadora Eudocia se apiadó de los judíos eliminando su proscripción de Jerusalén, lo que permitió que muchos regresaran a orar en el lugar del templo, y renaciesen las esperanzas mesiánicas. La comunidad judía de Galilea, por ejemplo, promulgó un llamado “al gran y poderoso pueblo de los judíos” que comenzaba diciendo: “Sepan que el fin del exilio de nuestro pueblo ha llegado”. Pensando en los tiempos de la restauración, traicionaron nuevamente a los romanos e hicieron pacto con los persas que invadieron Palestina en el año 614, permitiéndoles a los judíos gobernar la ciudad por cinco años. Pero fueron luego terriblemente masacrados por los bizantinos en tiempos del emperador Eraclio.
¡Cuán terrible fue el castigo de Dios sobre el pueblo judío! Fue el cumplimiento de la oración que elevó el pueblo mismo reunido en juicio en abierto rechazo al Señor:  “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mat 27:25). Jesús les anticipó también que iba a caer sobre ellos “toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la de Zacarías hijo de Berequías” (Mat 23:35). Porque al asumir a sabiendas el mismo espíritu rebelde y sanguinario de sus antecesores, se hacen culpables del pecado que los precedió. “Porque esos son días de castigo, para que se cumpla todo lo que está escrito... Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira en este pueblo. Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles” (Luc 21:22-24; véase Rom 11:25ss).
¡Cuán importante es que cuidemos nuestras expresiones cuando nos sobreviene la ira! Es mejor no airarse, pero si eso ocurre, será sabio refrenar nuestra lengua, no sea que acarriemos sobre nosotros una condenación de la cual podamos recibir el perdón del cielo, aunque sin necesariamente evitar por ello las consecuencias de lo que dijimos! Al declarar con ira que la sangre del Hijo de Dios cayese sobre ellos y sus hijos, acarrearon sobre sí una maldición que no se ha extinguido hasta el día de hoy.

b) La ocupación musulmana. En el año 638 los árabes invadieron Palestina y se apoderaron de Jerusalén, así como de otros territorios que pertenecían anteriormente al imperio bizantino. El héroe de esa conquista fue el Califa Omar (algunos aducen que otro musulmán de menor rango lo precedió), quien encontró que la roca es-Sakhra había sido usada como colina de estiércol. Les llevó a los musulmanes gran trabajo limpiarla. Luego construyeron sobre esa roca un edificio que en el principio no tuvo la intención de ser una mezquita. Su estructura hasta hoy no es el de una mezquita, sino de un santuario. Su sacralidad parece haber provenido de una rivalidad posterior entre los califas después de la muerte de Mahoma. El califa de Jerusalén habría querido hacer de esa ciudad un centro de atracción comparable a los de Medina y la Meca…
La roca está relacionada para algunos judíos con el lugar del sacrificio virtual de Isaac y con el lugar donde Jacob vio la escalera que une el cielo con la tierra (aunque para los musulmanes Abraham quiso sacrificar a Ismael y esto habría tenido lugar en el desierto de Mina hacia donde millones van cada año en peregrinación). Otros creen y con mayores pruebas de que sobre esa roca estuvo una vez el arca en el lugar santísimo del templo de Jerusalén, razón por la cual los judíos ortodoxos prohíben terminantemente mirar o tocar ese lugar (su entrada está prohibida también por los musulmanes que edificaron sobre ella el Domo de la Roca). Por su parte, creen los árabes que Mahoma subió al cielo desde ese lugar donde recibió instrucciones del mismo Alah (aunque es improbable que Mahoma hubiese estado alguna vez allí). Por consiguiente, el monte del templo quedó sellado para los judíos, bien guarnecido bajo la vigilancia árabe. Aunque los musulmanes se mostraron en ocasiones más indulgentes con ellos durante la Edad Media, que los emperadores romanos y bizantinos en las dos fases, pagana y cristiana, alejaron la posibilidad para los judíos de alguna vez recuperar ese monte al introducir una connotación sagrada para la fe islámica.
 Domo de la Roca y al sur, Mezquita Al-Aqsa (“la más lejos” en relación a la Meca)


Hostilidad musulmana hacia los judíos. ¿Cuál fue la actitud general de los musulmanes hacia los judíos? Mahoma incluyó en el Corán algunos versos que afirman que por apostatar del libro, Dios quitó a los judíos su tierra y se la dio a los musulmanes. “El [Dios] hizo que el pueblo del Libro [los Judíos], que ayudaron a los confederados, cayesen de sus fortalezas, y se desmayasen sus corazones. Algunos Uds. mataron, a otros tomaron prisioneros. Y El les dio su tierra, y sus habitaciones, y su riqueza, como herencia—aún una tierra sobre la cual nunca habían puesto sus pies...” (33:26). “Haz guerra contra los que recibieron las Escrituras pero que no creen en Dios, o en el día final, y no prohíben lo que Dios y su Apóstol prohibieron, ni profesan la verdad, hasta que paguen tributo de su mano, y sean humildes. Los judíos dicen: ‘Esdras es un hijo de Dios’;  y los cristianos dicen: ‘El Mesías es un hijo de Dios’... Se parecen al dicho de los infieles en la antigüedad. ¡Ordena batalla contra ellos! ¡Cuán desviados están!... El [Dios] es quien ha enviado a su Apóstol [Mahoma] con la Guía [el Corán] y la religión de la verdad, para hacerla victoriosa sobre toda otra religión, toda vez que los que asignan socios a Dios se opongan a ella” (9:29-30).
Y siendo que a través de Mahoma Dios había prometido a sus fieles darles en herencia toda la tierra, triunfando sobre toda religión, no hay algo que enfurezca más a los árabes que ver lugares conquistados por ellos siendo reconquistados o dominados por sus antiguos posesores.  “Pelea entonces contra ellos hasta que las luchas lleguen a su fin, y la religión sea toda de Dios” (8:40). “Dios ha prometido a quienes creen y hacen lo recto, que los llevará a suceder a otros en la tierra, y que establecerá para ellos esta religión en la que se deleitan, y que después de sus temores les dará seguridad en cambio” (24:54). Por eso Dios advierte al profeta:  “te hemos enviado a la humanidad en general, para anunciar y amenazar” (34:27). Dios eligió a los musulmanes “para ser testigos” no sólo a los árabes, sino también “al resto de la humanidad” (22:22:78).
“Te hemos mostrado nuestras señales en diferentes países y entre ellos mismos (los árabes), hasta que llegue a serles claro que es la verdad” (41:53). “Es El (Dios) quien ha enviado a su Apóstol con ‘la Guía’, y la religión de verdad, para que pueda exaltarla encima de toda religión” (48:28), para que aunque “los que juntan otros dioses a Dios la odien, El (Dios) pueda hacerla victoriosa sobre toda otra religión” (61:9).

Inscripciones ofensivas. Si los judíos se sienten ofendidos por tener un santuario musulmán sobre su montaña sagrada, los cristianos pueden también sentirse ofendidos por lo que algunos consideran un insulto al cristianismo. En efecto, dentro y fuera del Domo de la Roca hay inscripciones tomadas del Corán que definen la fe islámica contra la religión cristiana y la judía. Es una de las inscripciones más grandes que hay en la tierra, que miden alrededor de 734 pies de extensión. Consideremos algunos extractos:

Del interior:  Pared sur:  “… No hay Dios sino Alah solo; él no tiene socios…”
Pared sureste: “… Oh, pueblo del libro (judíos y cristianos), no vayan más allá de los límites de su religión y no digan de Alah sino la verdad. El Mesías, Jesús, hijo de María, no es sino un mensajero de Alah y su palabra que arrojó sobre María, y un espíritu de él. Así, crean únicamente en Alah y en su mensajero, pero no digan ‘Tres’ (Trinidad) y será mejor para Uds. Alah es el único Dios. Lejos sea de su gloria que debiese tener un hijo”.
Pared norte: “El Mesías no se dignará estar al servicio de Alah, ni sus ángeles que están en su presencia… No es para Alah tomar ningún hijo, gloria sea a él”.
Pared oeste: “Alah lleva testimonio de que no hay Dios sino él… Verdaderamente, la religión en la vista de Alah es el Islam”.
Del exterior: Pared oeste y noroeste:  “… No hay Dios sino Alah solo. Alabado sea Alah quien no ha tomado para sí hijo… Mahoma es el mensajero de Alah. Pueda Dios orar sobre él y aceptar su intercesión”.
“Alabado sea Dios quien no ha tomado para sí un hijo y quien no tiene socio en soberanía…”

Exégesis musulmana curiosa. Siendo que en el Génesis, Dios le pide a Abraham que sacrifique su “único hijo”, arguyen los árabes que para entonces Isaac no había nacido y, por consiguiente, se trataría de Ismael. Siendo que en el Corán, Mahoma menciona el sacrificio de Abraham sin mencionar a Ismael, y declara que después del sacrificio Abraham recibió noticias sin especificar cuáles, deducen que esas noticias tuvieron que ver con el nacimiento de Isaac. Por consiguiente, el sacrificio de Abraham tuvo que ver, según deducen, con Ismael, no con Isaac.
Otra deducción curiosa es la que los lleva a considerar sagrado para el islamismo el lugar donde una vez estuvo el templo de Jerusalén. En la séptima sura, el Corán habla de lo que Mahoma hizo “desde el templo sagrado hasta el templo que está más lejos, cuyo precinto hemos bendecido, para que podamos mostrarle nuestras señales…” “El templo sagrado” es la Meca, y “el templo que está más lejos” no menciona a Jerusalén, pero fue interpretado posteriormente como tal, aunque el contexto histórico muestra que no podía ser Jerusalén, sino Medina.
Exégesis curiosas de esa naturaleza (si se las puede llamar exégesis), eran típicas de la Edad Media. La Iglesia Católica tiene varias exégesis de esa categoría también, algunas bien antiguas. Por ejemplo, por el hecho de haber dado a luz a Jesús, y éste ser el Hijo de Dios, terminaron deduciendo que María es la “Madre de Dios” y, por consiguiente, digna de culto. A partir del pedido de Jesús a Juan de hacerse cargo de su madre durante su vida terrenal (Jn 19:27), diciéndole “he ahí tu madre”, terminaron deduciendo que Jesús indicaba que como Juan, debemos reconocer a María como nuestra madre y rendirle veneración.
¡Tantas leyendas en torno a tantos lugares de la tierra (muchas de ellas en relación con Palestina), que se veneran como sagrados sin fundamento alguno! La marca de un pie sobre un piso de hormigón en el Monte de los Olivos habría sido la última pisada del Señor antes de ascender al cielo… ¿Para qué hacer una lista? Uno no puede menos que pensar en lo que el Señor dijo a la pobre mujer samaritana que creía más importante su sitio en ruinas (el Monte Gerizim) que el de los judíos aún en pie (el Monte Moriah). “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4:21). Lo que para Dios cuenta es que lo adoremos donde estemos “en Espíritu y en Verdad” (v. 22).

c) La invasión de los cruzados. La protección musulmana del Monte del Eterno quedó garantizada hasta comienzos del segundo milenio cuando, por un corto tiempo, los cruzados lograron hacerse dueños de la ciudad de Jerusalén. En efecto, los cruzados pelearon contra los musulmanes en el año 1099 para apoderarse del Domo de la Roca, y la transformaron en una iglesia llamada Templum Domini. Levantaron una cruz encima de la cúpula del Domo, hiriendo más a los musulmanes que odiaban toda forma de idolatría del catolicismo romano.
Antes que los musulmanes invadiesen Jerusalén en el S. VII, los cristianos habían levantado un templo en el sur del Monte del Templo, donde creían que el ángel Gabriel había anunciado el nacimiento del Hijo de Dios, el mismo ángel que, según interpretaron entonces, había dado el anuncio de su concepción a María. Esa iglesia fue levantada por el emperador Justiniano en el año 530, y se la llamó “Iglesia de Nuestra Señora”. Cuando los musulmanes tomaron Jerusalén, la transformaron en una mezquita conocida hoy como Al-Aqsa (“la más lejana” o “el fin” del viaje de Mahoma), y siguieron con la leyenda del ángel Gabriel sobre ese lugar, pero ahora transformada en otra leyenda. El arcángel Gabriel habría venido con un caballo alado (Buraq) para llevar al cielo a Mahoma y traerlo de vuelta.
Cuando cuatro siglos después los cruzados conquistaron Jerusalén, llamaron a esa mezquita Templus Salomonis, en referencia al Palacio Real de Salomón. De manera que la usaron como sede de los reyes de Jerusalén, y más tarde como morada de los caballeros templarios. Lejos de ser respetuosos por esos antiguos lugares sagrados, los cruzados mutilaron la roca es-Sakhra porque “desfiguraba el templo del Señor”. Con el propósito de hacerla más aestética a los ojos de los occidentales, cortaron partes de esa roca cuyos pedazos vendieron luego como sagrados al regresar a Europa, al mismo precio que costaba para entonces el mismo peso en oro. Luego cubrieron la roca con una loza de mármol. También abrieron una cantera sobre el lado occidental de la roca con una amplia escalera para poder llegar más fácil al altar que construyeron en la iglesia que llamaron Templum Domini.
Cruzados conquistando Jerusalén
Asimismo cavaron los cruzados un hueco en la Sakhra por considerar que una cueva debajo de ella, a la que llamaron “Pozo de las Almas”, marcó el lugar donde se habría anunciado el nacimiento de Juan el Bautista. Ese lugar habría sido visitado por un ángel quien le dio la noticia a Zacarías. Siendo que no existen fuentes históricas antiguas de ese hueco de tres pies de diámetro, y el primero en mencionarlo fue Ali de Herat en 1173, 15 años antes que Saladín batiera a los cruzados, se cree que ese hueco fue hecho para que sirviera de chimenea de los cruzados. Dada la costumbre católica de prender velas en sus lugares sagrados, se hacía necesario un escape para el humo que iban a producir. Los cruzados llamaron a esa cueva “Lugar Santísimo”.
Todos estos hechos históricos, con sus leyendas, nos pueden dar una idea del trasfondo de la disputa que existe hoy por el Monte del Templo (según judíos y cristianos) o El Santuario Noble (según los musulmanes). La extracción de datos históricos y arqueológicos de entre las leyendas que se levantaron sobre el lugar es obra de titanes. Las disputas de tres religiones con sus propias historias y leyendas sobre lo que una vez fue el centro del culto de Israel, hacen a su vez más difícil la convivencia y el interés real por conocer la verdad de todo lo que ocurrió sobre esa montaña sagrada.

d) Nuevamente en poder musulmán. Después que Jerusalén cayó al concluir el S. XX, de nuevo bajo los musulmanes, esta vez bajo el famoso sultán egipcio-turco Saladín, los historiadores musulmanes denunciaron vivamente los vejámenes que los cruzados habían hecho a la roca sagrada. Demolieron las imágenes que los “infieles” (los francos cruzados) habían construido, y las demás construcciones que en ella habían añadido. De esa manera procuraron dejar otra vez la roca al descubierto, para que los visitantes pudiesen contemplarla en toda su belleza. Aunque lamentaron las cicatrices que dejaron sobre ella los profanos que vinieron de occidente.
Por casi todo el resto del milenio, el monte del templo quedó bajo el dominio y protección árabe. Bajo el gobierno otomano (1517-1918) se permitió a los judíos de nuevo ir a orar frente al muro occidental. Pero los sultanes turcos cambiaron el carácter entero del Monte del Templo islamizándolo a tal punto de hacerlo irreconocible. Y en la actualidad, la sensibilidad judía se siente herida por los planes árabes de islamizarlo aún más, construyendo minaretes en las esquinas del Monte del Templo.
Concluyamos esta parte con una reflexión sobre el conflicto milenario de las religiones cristiana, judía y musulmana. Llama la atención el hecho de que los musulmanes se tomen la libertad de condenar ciertas creencias básicas judías y cristianas, y al mismo tiempo se sientan tan ofendidos cuando se condenan sus creencias. ¡Tantas amenazas musulmanas de muerte contra quienes presuntamente blasfeman la religión islámica, y tantas blasfemias musulmanas contra la religión cristiana que resalta la figura del Hijo de Dios como siendo Dios mismo en la carne humana!
Algo semejante hacían los clérigos católicos en el así llamado mundo cristiano pero romano de la Edad Media. Se enfurecían por las creencias blasfemas de los musulmanes y los condenaban a la hoguera, mientras ensalzaban al papa, a María y a los santos por encima aún del mismo Hijo de Dios al que pretendían venerar! No hay duda de que la religión medieval, ya fuese musulmana o católico-romana, se caracterizó siempre por colar el mosquito y tragar el camello. Se condenaron mutuamente como blasfemos, no tolerando en el otro lo que ellos mismos hacían. ¡Cuán importante es que fundemos nuestra fe en la Biblia, y la libremos de tantas leyendas que se han construido sobre ella!
Una contradicción semejante se ve en la prédica actual de ambas religiones sobre la paz o la no violencia. Muchos musulmanes “moderados” pretenden que la religión islámica es pacífica. Si Mahoma impulsó la guerra en el Corán, se debe a que no contaba como los musulmanes hoy, con un ente regulador que es las Naciones Unidas para garantizar la paz. Los demás musulmanes radicales o integristas pretenden, al mismo tiempo, que la jihad o guerra santa la llevaron y deben llevarla a cabo aún hoy cuando son atacados. Pero la historia del islamismo nos muestra que el Islam fue una religión guerrera, expansiva, y extremadamente vengativa. Durante la mayor parte de su historia interpretaron en forma literal el Corán, y se apropiaron de prácticamente todo el imperio romano oriental o bizantino, y de toda la franja del norte de África que pertenecía al imperio romano occidental. Hasta Europa peligró grandemente ante sus invasiones.
 Inquisición papal violenta / Prédica papal actual y réplica musulmana
La misma contradicción la encontramos hoy en las prédicas de los papas, en especial de los dos últimos, que insisten en hablar del amor y de la convivencia de los pueblos, y en que la violencia es contraria al carácter de Dios. Hablan como si ignorasen que fueron los papas que los antecedieron y a quienes honran, los que sostuvieron a lo largo de los siglos una doctrina nacida del paganismo que se conoce como infierno eterno, y que desdice las afirmaciones sobre el carácter de amor de Dios. Los tribunales de la Inquisición con toda suerte de torturas infligidas a cristianos protestantes, judíos y musulmanes, no eran otra cosa que un eco de esa doctrina, puesto que si Dios iba a castigar eternamente a los malhechores, ¿por qué no podían comenzar ya con ese sufrimiento infligido a los que se oponían a la religión católica? También argumentan que fueron una religión defensiva, pero su historia muestra que fue una religión expansiva, y que los mismos métodos de evangelismo salvaje lo emplearon para con los pueblos paganos que conquistaron.

e) Recuperación judía de Jerusalén. A pesar de tantos fracasos, a lo largo de los siglos hubo intentos migratorios que promovieron algunos judíos que nunca dejaron de soñar con recuperar algún día la tierra que Dios les había prometido. Esto muestra el valor de un libro divino para la identificación de un pueblo. Muchos fueron muertos sin dejar descendientes. Pero una permanencia pequeña de colonos judíos logró mantenerse en Palestina, especialmente desde poco antes de mediados del segundo milenio.
En los tiempos modernos, las corrientes migratorias más significativas se iniciaron en la segunda mitad del S. XIX, con llamados a “redimir el suelo”. Los sueños sionistas no podían esconderse del todo bajo llamados tales. Una manera pacífica de ir recuperando el territorio era comprando terrenos. Pero eso produjo la enemistad de los árabes con los que tuvieron constantes enfrentamientos, quienes intentaron vez tras vez frenar esa inmigración porque captaban la intención judía, como captaron antaño los faraones egipcios el peligro de la multiplicación asombrosa del pueblo de Israel que habitaba en su territorio (Ex 1).
Después que el antiguo imperio Turco Otomano se sometió en 1840 a los poderes occidentales, la cohesión de las naciones islámicas se quebró, y la intromisión de los europeos en los territorios árabes se hizo sentir más y más. Bajo el protectorado inglés, la inmigración judía en Palestina se incrementó. La declaración de Balfour en 1919, emitido por el secretario británico del exterior, determinó que los judíos tenían derecho a tener un hogar en Palestina. Y en 1920 se estableció una Liga de Naciones en Palestina bajo la administración inglesa. Pero el incremento tan significativo de la inmigración judía produjo reacciones tales entre los musulmanes que, en 1939, los ingleses decidieron limitar esa inmigración a 75.000, y prohibieron la continua compra de territorios por los judíos. Eso irritó a los judíos quienes consideraron que los ingleses estaban violando la declaración de Balfour. Tampoco las medidas inglesas conformaron a los árabes que ya se habían opuesto a tal declaración, y querían un cese total de la corriente inmigratoria judía.
Las continuas confrontaciones entre judíos y musulmanes hicieron que los ingleses decidieran retirarse de Palestina en 1947. La ONU intervino entonces y decidió dividir el territorio dando a los judíos una parte de Palestina, y a los árabes otra parte. La ciudad de Jerusalén pasó a ser administrada por la ONU como un lugar internacional para evitar los conflictos. Siendo que los árabes no aceptaron esa partición, se produjeron violentos ataques que desencadenaron una guerra civil. En ese contexto Ben-Gurion declaró el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, y en 1949 Israel fue aceptado como otro país miembro de las Naciones Unidas.
La fundación de ese estado reveló dos tendencias. La corriente secular se interesaba simplemente en tener una tierra en la cual los de origen judío pudiesen vivir sin sufrir el odio que habían experimentado durante dos milenios. Otra corriente sionista, sin embargo, se interesaba en la restauración político-religiosa. Así, la histórica revuelta de Bar Kokhba volvió a transformarse en un símbolo de resistencia nacional. El movimiento de juventud sionista Betar tomó su nombre del último bastión de Bar Kokhba, y David Ben Gurión, el primer primer ministro israelí, tomo su último nombre hebreo de uno de los generales de Bar Kokhba. A los sueños sionistas judíos se sumaron movimientos sionistas cristianos dispensacionalistas que hasta hoy apoyan a Israel, y esperan el regreso de los tiempos mesiánicos para cuando el antiguo “pueblo de Dios” restaure su templo.
Las controversias entre judíos y árabes por la “tierra santa” no parecen encontrar un camino intermedio. Los sueños sionistas judíos chocan especialmente con los de los musulmanes radicales y fundamentalistas que exaltan el Corán por encima de la Biblia. Osama bin Laden, por ejemplo, fundamentó su lucha armada guerrillera aduciendo que “hemos sufrido y continuamos sufriendo a causa de la ONU, por lo que ningún musulmán ni ningún sabio se debe dirigir a ella porque es un instrumento criminal”. “¿Quién votó la partición de Palestina en 1947? La ONU. Los que pretenden ser dirigentes árabes y cuyos países son miembros de la ONU son infieles que renegaron del Corán y de la tradición del Profeta, ya que decidieron remitirse a la legalidad internacional en vez de someterse al Corán” (Clarín, “Bin Laden acusó a la ONU...”, 3 de Nov., 2001).

f) Reflexión. ¡Cuán vanos han probado ser, a lo largo de los siglos, los intentos judíos de traer consigo los tiempos mesiánicos mediante la recuperación de Israel! ¡Cuánta sangre derramada inútilmente! Viendo ese sufrimiento y dolor de ese pueblo tan amado por Dios, Jesús exclamó ante las mujeres que lloraban movidas a compasión por el trato cruento que estaba recibiendo en el camino al Calvario:  “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos. Porque vendrán días en que dirán:  ‘Dichosas las estériles, las entrañas que no concibieron, y los pechos que no criaron’” (Luc 23:27-29).
“Cruzando los siglos con la mirada”, Jesús “vio al pueblo del pacto disperso en toda la tierra, ‘como náufragos en una playa desierta’. En la retribución temporal que estaba por caer sobre ellos, no vio sino los primeros tragos de la copa de la ira que debía apurar hasta las heces en el juicio final” (CS, 24). ¡Cuánto costó a esa nación (sobre la cual se habían derramado tan copiosamente las bendiciones divinas) su rechazo del verdadero Mesías, y los intentos de buscarse otros mesías que satisficiesen sus aspiraciones temporales! Pronto esa tierra por la que luchan con tanto esmero les será quitada tanto a ellos como a los árabes. El Mesías esperado la dará a los “mansos”, los únicos dignos herederos de la tierra que Dios creó (Mat 5:5).
¿Cuál será ahora el propósito divino al permitirles regresar a la tierra de Palestina? Mucho es lo que se puede suponer sobre este punto. Con los judíos los trabajos arqueológicos se facilitaron, dado su interés por desentrañar los secretos de su historia, y confirmar su derecho a vivir en esa tierra. A su vez, debido a un interés histórico común con los cristianos que basan su fe en el mismo libro, su regreso facilitó el diálogo teológico entre ambas religiones y un avance extraordinario en la comprensión de la Biblia. Pero sus confrontaciones con los árabes a causa de sus sueños sionistas dificultan al mismo tiempo la tarea arqueológica.

Buscando rastros del Templo en el Monte

La arqueología bíblica es una ciencia que nació con los tiempos modernos. Siendo que por tanto tiempo estuvieron los musulmanes en control del medio oriente, era muy difícil que alguien se aventurase a ir a esos lugares en busca de objetos que pudieran aclarar porciones de la Biblia. Y como la Biblia no era un libro que atraía a los musulmanes, ni tampoco a los católicos medievales, tampoco se despertó en ellos interés por verificar históricamente lo que decía. De allí es que circulasen tantas leyendas sobre un buen número de sitios que aún hoy se veneran todavía.

a) Primeras investigaciones arqueológicas. La invasión napoleónica a Egipto en el S. XVIII impulsó los estudios históricos de Palestina, y de allí en adelante se incrementó el interés por sacar a luz los testimonios escondidos de generaciones y generaciones. Dicen que cuando Napoleón llegó a Jerusalén y vio a unos judíos añorando volver a su tierra después de tantos siglos, se maravilló y declaró que un pueblo que se aferra tan asiduamente a su lugar después de tanto tiempo merece una patria. Lamentablemente, el Domo de la Roca que los musulmanes habían construido sobre el lugar sagrado de los judíos limitó el campo de investigación en lo que habría quedado del antiguo templo de Jerusalén.
Campaña de Napoleón a Palestina
Los conflictos de poder posteriores entre los mismos musulmanes debilitaron al imperio otomano frente a los poderes occidentales, lo que alentó a algunas organizaciones protestantes a enviar misioneros a Palestina. Entre ellos se destacó el norteamericano Edward Robinson quien identificó muchos lugares bíblicos, a tal punto que se terminó considerándolo como el fundador de la arqueología bíblica y, más precisamente, de la palestinología moderna. Se hizo acompañar por un antiguo alumno, Elie Smith, un misionero que residía en Beirut y que conocía bien el árabe. Sus viajes comenzaron entre 1837 y 1838, y preparó un mapa con el nombre de muchos lugares bíblicos. Su obra fue proscrita por los católicos, porque destacó la superstición sobre la que se basaban los lugares sacralizados por la Iglesia Católica en Palestina desde la época de los cruzados. De manera que su obra fue ponderada al mismo tiempo por los protestantes, como un gran triunfo en favor del protestantismo. Robinson estuvo también en Jerusalén e identificó algunos restos que quedaban del complejo exterior del templo, descubriendo un arco que hasta hoy lleva su nombre.
A partir de 1839/40, el imperio otomano comienza oficialmente un proceso de secularización y sumisión a los poderes occidentales que permite el flujo de misioneros y exploradores ávidos por descubrir los secretos del medio oriente. Raros habían sido los que se habían atrevido antes a viajar por Palestina, porque los musulmanes los miraban con desprecio pensando que venían para convertirlos al protestantismo. Para 1844, sin embargo, la presión protestante inglesa fue tan fuerte que logró del imperio otomano la promulgación de una polémica ley de apostasía, comprometiéndose a no perseguir a los cristianos ni dar muerte a los conversos del Islam que apostatasen luego de la fe musulmana.
Así fue que un buen número de ingleses se aventuraron a hacer las primeras excavaciones en el área que rodea el Monte del Templo. Entre ellos estuvieron el arquitecto J. T. Barclay, el ingeniero Charles Wilson, y el explorador también ingeniero Sir Charles Warren, quien en sus años 20 ya, fue patrocinado por el Fondo de Exploración Palestina. Este último, especialmente, hizo muchas excavaciones, descubriendo 36 de las 37 estructuras subterráneas del Monte del Templo, amén de muchas cisternas y túneles que cavó afuera, junto con los muros de retención del Monte. Su entusiasmo fue tal que arruinó su salud midiendo esos lugares a veces, durante horas con parte de su cuerpo bajo el agua fría, de tal manera que debió acortar su estadía en Jerusalén para volver a Inglaterra. Sus informes son de una ayuda considerable para la arqueología de hoy, tan trabada por los intereses particulares que involucran toda el área del Monte del Templo.
La introducción del secularismo en medio del islamismo, que ya había permeado la civilización occidental liberándola del predominio religioso medieval romano, permitió también, como ya vimos, el flujo de corrientes ideológicas y religiosas extranjeras, así como de inmigrantes judíos sionistas que pusieron sus asentamientos en Palestina. Las confrontaciones que se dieron a partir de entonces entre judíos y musulmanes volvieron a trabar la exploración del Monte del Templo. Por otro lado, los arqueólogos judíos que se interesan en investigar prácticamente cada piedra que encuentran en su vieja tierra, se muestran remisos a tocar la roca sagrada es-Sakhra, como si pudiese producir la plaga bíblica que Dios envió para castigar a David al tomar un censo en Israel (véase 2 Sam 24). Además, el hecho de que el lugar está en el centro de la mirada de las tres religiones más grandes (judía, musulmana y cristiana), lo volvieron prácticamente intocable.
La roca Sakhra pudo ser medida en 1910 por el erudito alemán Gustavo Dalman, a quien se le permitió caminar sobre ella por diez minutos. En varias visitas subsiguientes pudo hacer nuevas medidas, extendiendo una cinta sobre “la Roca” con la ayuda de un asistente de la mezquita que estaba de pie dentro del cerco. También se permitió sacar fotos desde arriba y desde el ángulo oriental, dentro del Domo, en esa misma década, antes de la Primera Guerra Mundial. Con la ayuda de la fotogrametría moderna se ha podido medir hoy el tamaño no sólo de la roca, sino también de las marcas que quedaron registradas sobre ella, y que confirman las medidas de Dalman.

b) A partir de la Guerra de los Seis Días. En 1967 se dio la Guerra de los Seis Días que trajo aparejado un renovado énfasis arqueológico del Monte del Templo o, como lo llaman los árabes, del Noble Santuario. Esa guerra permitió a los judíos recuperar la ciudad de Jerusalén. Pero no se atrevieron a expulsar a los árabes del Domo de la Roca para no exacerbar más los ánimos islámicos. Tampoco se atrevieron a tomar el Monte del Templo el que, hasta hoy, está bajo administración árabe. Esto hace que ni siquiera tengan los arqueólogos acceso a sus cuevas. Jerusalén es un foco de disputa que reclaman tanto los palestinos como los judíos.
Aunque al principio los guardianes del edificio musulmán permitían la entrada al Domo de la Roca a los visitantes no musulmanes, como lo permiten por ejemplo en otras mezquitas famosas, (entre ellas la Mezquita Azul de Estambul donde pude entrar), los intentos por destruirlo los llevaron a prohibir su acceso a todos los que no son musulmanes. Fue un sionista cristiano australiano, perteneciente a una secta que quería apurar la reconstrucción del templo para que, en su interpretación, llegasen los tiempos mesiánicos, quien en la década del 60 logró quemar parte del Domo de la Roca. Las autoridades judías lo declararon enfermo mental y lo deportaron a Australia.
Intentos sionistas judíos posteriores destruir el Domo de la Roca llevaron a los gobernantes judíos a tomar medidas para evitar su ingreso a no musulmanes. Esto ha impedido hasta hoy hacer excavaciones en el mismo lugar donde habría estado el templo, pero abrió las puertas para hacer excavaciones en sus alrededores, en relación con las murallas de la explanada del templo. Aún así, los musulmanes se quejan porque dicen que con las excavaciones que se están llevando a cabo en el extremo oeste del muro de contención del Monte del Templo, están debilitando los fundamentos del Domo de la Roca.
Gracias a la reconquista judía de Jerusalén comenzó en 1967 una excavación arqueológica gigante encabezada por el profesor Benjamín Mazar de la Universidad Hebrea. Para ello contó con el apoyo del arquitecto irlandés Brian Lalor. A partir de 1973, Lalor fue reemplazado por un “intrépido” arquitecto danés llamado Leen Ritmeyer, quien se mudó a Jerusalén donde vivió por 16 años (y en Israel un total de 22 años). Fue allí que conoció a una joven arqueóloga, Kathleen, con quien se casó, complementando una labor que los iba a llevar a trabajar juntos arduamente por muchos años.
Leen Ritmeyer se mudó en 1989 a Inglaterra para obtener un doctorado en arqueología en la Universidad de Manchester, algo que logró en 1992. Su tesis tuvo que ver con la ubicación del Monte del Templo. Según lo declara Hershel Shanks, editor del Biblical Archaeology Review, Ritmeyer es “en la actualidad el más grande experto en la arqueología del Monte del Templo”. Mientras que los arqueólogos anteriores trabajaron partiendo de las ideas que tenían sobre la ubicación del templo, y de allí procuraron bosquejar la plataforma que lo rodeó, Ritmeyer decidió cambiar la estrategia. Consideró más apropiado juntar las claves arqueológicas que le permitiesen localizar en forma exacta la explanada cuadrada (o patio) del templo, para entonces aventurarse a localizar el Templo mismo.
Un método tal iba a permitirle ver también, con mayor exactitud, las diferencias y semejanzas entre el templo de Salomón, el de Zorobabel, el de los Macabeos y el de Herodes, confirmando los detalles dados por la Biblia, por los escritos rabínicos, y por los historiadores judíos como Josefo en particular. Para su asombro, encontró que algunas aparentes contradicciones entre la Mishnah (incluyendo el Talmud) y Josefo no lo eran en verdad, y concluyó que el testimonio que esas fuentes dejaron es hoy una guía imprescindible por su exactitud. Analicemos, a continuación, algunos de sus descubrimientos y argumentos más importantes.
Como orientación general, recordemos la ubicación del templo en el Monte del Templo según las coordenadas geográficas. Al este estaba la entrada del templo en sus diferentes épocas desde Salomón hasta Herodes, teniendo en frente el Monte de los Olivos. Al oeste estaba el lugar santísimo y la roca Sakhra. Hoy el Domo de la Roca tiene, contrariamente, su entrada por el lado occidental. El Valle del Cedrón está entre el Monte de los Olivos (o montaña oriental) y el Monte Moriah (o Monte del Templo), y se constituyó en el basurero de todos los ídolos abominables que se habían puesto en el templo, en las épocas de reforma (1 Rey 15:13). 2 Rey 23:4,6,12; 2 Crón 29:16; 30:14); Jer 26:23). Se suele identificar ese Valle del Cedrón con el de Josafat referido en el libro de Joel (según algunos incluido también el de los hijos de Hinom al suroeste).

c) La explanada del templo. Cuando el profesor Benjamín Mazar dirigía la expedición arqueológica de la Universidad Hebrea, excavando la sección occidental y sudoccidental del Monte del Templo, tuvo un diálogo muy significativo con el arquitecto Ritmeyer. Estaba leyendo Neh 2:8, donde se informa sobre “la madera para las puertas de la birah,” algo relacionado al templo y que a menudo se ha traducido erróneamente por “palacio”. “¿Qué es la birah?”, le preguntó Mazar a su arquitecto. “¿Y dónde está?” Poco podían sospechar aún que esa pregunta iba a llevarlos a un gran avance en la comprensión del desarrollo arquitectónico del Monte del Templo. Ritmeyer le sugirió que podría tratarse de un sinónimo de los 500 codos cuadrados referidos para el Monte del Templo en Middot 2:1 (una sección de la Mishnah). “Entonces”, prosiguió Mazar, “¿dónde está ese cuadrado?”
Para construir el Domo de la Roca los musulmanes levantaron una plataforma a la que se accede por ocho tramos escalonados, cuya base es paralela a la plataforma musulmana. Brian Lalor se percató, sin embargo, de que uno de esos tramos, el de la esquina noroeste, no se correspondía con la muralla a la que conducía. También la construcción del escalón de abajo era diferente. Mientras que los otros tramos estaban hechos de muchas piedras pequeñas, éste fue hecho de bloques rectangulares de piedra labrada, lo que llevó a suponer a Lalor que se trataba de una muralla construida anteriormente.
Después del diálogo con Mazar, Ritmeyer decidió estudiar ese escalón de abajo. Descubrió que se correspondía en forma exacta con el muro oriental del Monte del Templo. Siendo que cuando Herodes alargó el monte del templo, no modificó la línea del muro oriental debido a que el Valle del Cedrón estaba demasiado cerca del muro existente, bien podía ese muro oriental provenir de una época anterior, aún salomónica. También notó que la línea formada por la terminación de la gran piedra que está más al norte de ese escalón, se corresponde en forma exacta con el filo norte de la plataforma levantada por los musulmanes. Por otro lado, la medida de los bloques de piedra labrada era diferente a la albañilería que usó Herodes para reconstruir el templo. Si esto era así, ya se contaba con el lado oriental y el occidental del Monte del Templo así como existió antes de las reformas de Herodes.
Para conocer la ubicación del Monte del Templo pre-herodiano, se requería encontrar, entonces, los otros 500 codos del límite norte y del límite sur, puesto que según la Mishnah, su plataforma era de 500 codos cuadrados. Al ir a los registros de Warren hechos el siglo anterior en busca de más pistas, Ritmeyer encontró que Warren había descubierto una “zanja excavada” de 52 pies al norte del escalón del muro en consideración, que se hizo para cavar un foso. Mazar recordó enseguida que Strabo, el historiador y geógrafo griego que visitó Jerusalén (64 AC – 21 DC), dio la medida de ese foso de 70 pies de profundidad por 250 pies de ancho. Y siendo que el Monte del Templo estaba protegido por valles naturales en tres de sus cuatro lados, exceptuando el del norte, ese foso lo protegía por su lado norte.
Josefo escribió, además, que ese foso fue rellenado por los soldados de Pompeya en el 63 AC para permitir a los romanos atacar las torres construidas sobre el muro norte pre-herodiano. De manera que el muro occidental no podía terminar más allá de 52 pies al norte del escalón-muralla, porque allí comenzaba el foso, y ése era el tamaño que tenían las torres mencionadas por Josefo. El muro norte debía estar al sur de ese foso. Otros datos históricos basados en las cisternas que fueron identificando, les ayudaron a ir confirmando paso a paso la orientación del templo anterior al de Herodes.
Bien, no corresponde aquí seguir con todo el laberinto impresionante de datos históricos que fueron guiando y confirmando a Ritmeyer en su descubrimiento de los 500 codos en los cuatro lados del Monte del Templo sobre el que habrían edificado los exiliados de Babilonia (véase Leen & Kathleen Ritmeyer, Secrets of Jerusalem’s Temple Mount. Updated & Enlarged Edition, (Biblical Archaeology Society, Washington, DC, 2006).  Y siendo que los exiliados, grandemente empobrecidos, no habrían podido hacer otra cosa que reparar la estructura existente (véase Isa 58:12), sin crear nuevas murallas y fortificaciones, se descuenta que con esos descubrimientos estaban tocando los mismos fundamentos del Monte del Templo de Salomón.
La Biblia no describe el Monte del Templo de Salomón, aunque menciona un Gran Patio Salomónico alrededor del Templo y del Palacio Real (1 Rey 7:2). Jeroboam I parece haber construido un templo en Tel Dan, poco después de la muerte de Salomón, mucho menor, pero también con un entorno cuadrado. Siendo que su culto se levantó para competir con el del templo en Jerusalén, es bien probable que, en algunos respectos, Jeroboam haya hecho una réplica del templo de Salomón. En Ezequiel 40-43 encontramos también que el nuevo templo que Dios le revela a su profeta tiene exactamente 500 codos en sus cuatro lados. Esa es la medida que indica la Mishnah en Middot 2:1 con respecto al Monte del Templo que construyeron los repatriados de Babilonia.
El Monte del Templo fue alargado en la época Macabea en su lado sur (141 AC), sobre el lugar donde Antíoco Epífanes construyó una torre con el propósito de proteger mejor el lugar. Cuando los macabeos recuperaron Jerusalén y su templo, destruyeron esa torre pero usaron su fundamento para alargar la explanada del templo. Es ese Monte del Templo que alargó también Herodes el Grande (37AC-4DC). El muro de los lamentos o, más bien, el muro oeste, no es un resto del Monte del Templo de Salomón, sino de uno de los muros de contención del patio exterior occidental de Herodes. Los judíos creen hoy que Dios les dejó ese lugar como señal divina de no haber roto completamente su compromiso con Israel.
Siendo que existen más restos de ese Monte del Templo hecho por Herodes, se ha podido ir confirmando de nuevo la ubicación que tuvo la construcción anterior. De tal manera que su localización ha sido bien establecida ya en el mundo arqueológico, y se lo ha apodado el “Patio Ritmeyer”. Pero para evitar confrontaciones judío-musulmanas en base a ese descubrimiento, las autoridades civiles pavimentaron el lugar del escalón de abajo, de tal manera que no se puede ver ahora ese escalón, ni la clase de piedra que había en su base.
 Lugar pavimentado sobre el escalón de abajo del antiguo Templo de Salomón / Muro de los lamentos
Una vez ubicado en forma exacta el Monte del Templo, es decir, el patio original del templo en el Monte de Moria, ¿en qué lugar del patio que conformaba ese Monte del Templo estaba el templo mismo?

d) El lugar del templo mismo. Josefo nos dice que el templo fue construido sobre la cima de la montaña, y esa cima la constituye la roca conocida como es-Sakhra. Aunque ese lugar lo habían determinado instintivamente los investigadores del siglo pasado y anteriores, algunos en tiempos recientes han querido ubicarlo al norte de esa roca. Sin embargo, al tratar de ubicarlo ahora, luego de haber logrado determinar las dimensiones del patio, y siguiendo las medidas consignadas por la Mishnah, en armonía con la ubicación de las cisternas que hay debajo del monte del templo, se puede confirmar que el templo se construyó sobre esa roca.
El Domo de la Roca construido por los musulmanes cubre la cima de la roca del monte. Al localizar el lugar santísimo sobre esa roca, los patios de los cuatro lados del templo se conforman con las medidas dadas por la Mishnah en Middot. Dicho de otra manera, los requerimientos dados por ese documento rabínico pueden satisfacerse únicamente si colocamos el lugar santísimo sobre es-Sakhra. Esa roca mide, por ejemplo, seis codos de altura en relación con su base más cercana que la rodea. Esa es la medida que se establece en Middot para la fundación del templo. También la ubicación de las cisternas cuadra magistralmente con el templo construido sobre esa roca.
La roca Sakrah dentro del Domo de la Roca
Se ven en la superficie de la Sakrah las marcas de las paredes del templo de Salomón. A su vez, la orientación de esas paredes “se alínea con la cima de la Montaña de los Olivos (del otro lado del Valle del Cedrón o Kidron en inglés), donde se sacrificaba la vaca roja (véase Núm 19). Según Middot 2:4, el sumo sacerdote quemaba la vaca roja y, de pié sobre la cima del Monte de los Olivos, debía poder mirar directamente la entrada del santuario cuando asperjaba la sangre. Esta es otra confirmación” de la localización del templo y de la Sakrah como correspondiendo al lugar santísimo.
“En el Templo de Salomón y en las reconstrucciones posteriores, la pendiente oriental de la roca (Sakhra) debía servir como una rampa para que el sumo sacerdote ascendiese una vez al año, en el Día de la Expiación (Yom Kippur), al lugar santísimo…” Puede verse, por consiguiente, que “el lugar santísimo tenía” seis codos “más alto que cualquiera otra parte del Templo.” Más tarde, Herodes creó una fundación alta para su templo, de seis codos, que sepultaba casi completamente la Roca. En lugar de la rampa que estaba dentro del templo salomónico, se tenía acceso al piso del templo de Herodes mediante una escalera con doce peldaños que estaba localizada fuera del templo, frente al Pórtico. El nuevo piso se encontraba, aparentemente, tres pulgadas más bajo que el lugar más alto de la Sakhra que era el piso del Lugar Santísimo.
Según la Mishnah, “después que fue tomada el arca permaneció allí una piedra desde la época de los primeros profetas, y se la llamaba ‘Shetiyah’. Se elevaba tres pulgadas por encima del suelo. Sobre ese lugar [el sumo sacerdote] solía poner [el incensario]” (Yoma 5.2). Esta descripción cuadra con las medidas que se estiman tiene esa depresión hecha en la cuenca labrada de la roca para el arca. Se puede llegar a esta conclusión gracias a un estudio de las fotos de la Sakhra, y a las declaraciones del libro de los Reyes sobre el templo de Salomón.
“Durante el período del Primer Templo se preparó un lugar para poner el arca, cortando la cuenca plana en la roca, porque de lo contrario, el arca se habría bamboleado de una manera indigna”. En 1 Rey 6:19 y 8:6,20-21, Salomón dice literalmente, “hice allí un lugar para el arca.” “Ese lugar se encuentra exactamente en el medio del lugar santísimo, sobre la Sakhra. Las dimensiones de esta cuenca nivelada concuerdan con las medidas del arca del pacto y un pequeño espacio adicional para el Libro de la Ley que estaba al lado del arca (Deut 30:26ss). El eje longitudinal de esta cuenca plana concuerda con el del templo.”
¿Qué llevó a Ritmeyer a concluir que esa cuenca nivelada era el lugar del arca? El hecho de haber visto espacios equivalentes en otros templos paganos sobre los que se ponían estatuas. Pero a diferencia de esos otros lugares que son siempre cuadrados (sobre los que se apoyaban las columnas con sus estatuas), éste en el medio de la Sakhra es rectangular, y cuadra como ya vimos, con el tamaño del arca y un pequeño espacio adicional sobre el que se habría colocado el libro del pacto.
¿Cómo explicar, sin embargo, el hecho de que Salomón mandó hacer el piso del lugar santísimo de cedro? (1 Rey 6:16). Ritmeyer responde con otra pregunta. ¿Dice el libro de los Reyes que el piso de todo el lugar santísimo se lo hizo de cedro? El v. 16 declara, literalmente:  “y él construyó veinte codos sobre los lados de la casa, desde el suelo (karkah) hasta los muros con tablones de cedro. Aún construyó para ello dentro, aún para el oráculo (dvir), aún para el lugar santísimo…” Se arguye que karkah significa “suelo” (como en Núm 5:17), no “piso”, y esto daría lugar a que el arca estuviese apoyada sobre la roca misma. Cuando los cautivos regresaron de Babilonia, habrían dejado intacta esa superficie que había preparado Salomón para el arca como único testimonio (descrito en la Mishnah) del lugar donde una vez había estado el arca (Yoma 5:2).


Izquierda: rampa al lugar santísimo (Ritmeyer reconoce no saber cómo eran los querubines)
Derecha: el arca está puesta en forma horizontal, como tal vez en el Tabernáculo del Testimonio

Valor teológico y apocalíptico del Monte del Templo

El lugar donde el Señor sería visto quedó marcado y señalado por el sacrificio de Abraham. “Por eso se dice hasta hoy: ‘En el monte el Eterno proveerá’” (Gén 22:14). Esa expresión, “hasta hoy”, revela que el lugar era conocido en épocas posteriores. David también vio en ese lugar al “ángel del Señor” (1 Crón 21:15-16). ¿Habrá tenido en mente esa roca, cuando se refirió al Señor como siendo la Roca de la salvación? (2 Sam 22:2-3,47; Sal 62:2,6-7; 95:1, etc). Aunque hay otros motivos bíblicos que vinculan a Dios con la firmeza de una roca, llama la atención lo que dijo el rey en el Sal 27, al referirse al templo de Dios, más definidamente al lugar santísimo. “Porque él me esconderá en su morada en el día del mal, me ocultará en lo reservado de su pabellón [la nube de gloria del lugar santísimo], me pondrá en alto sobre una roca” [el lugar donde iba a construirse el templo y cuyos planos preparó para Salomón, y que estaba en la cima del Monte Moriah] (Sal 27:5).
Como a Moisés, el Señor dio a David “entendimiento en todos los detalles del plan” (1 Crón 28:19). Así, Salomón siguió el plan que Dios le dio a David para construir el templo. Por consiguiente, el lugar más alto del lugar santísimo tomaba como modelo al lugar más alto del lugar santísimo del templo celestial. Un corolario tradicional en el judaísmo que está basado en conceptos bíblicos, establece que cuanto más alto es el lugar, más sagrado es (véase Isa 2:2,12-17; 6:1). Y la roca del Monte del Templo es el lugar más alto del monte Moria.
Llama la atención de que la Mezquita Al-Aqsa, que está en el extremo sur del Monte del Templo, fue afectada grandemente a lo largo de los siglos por los constantes temblores y terremotos que hay en Palestina. Por tal razón debió reparársela más de una vez. El Domo de la Roca, en cambio, por estar justamente fundada sobre la roca, soportó mejor todos esos sacudones de tierra típicos de esa región del mundo. ¿Había Dios de elegir para su morada un lugar menos sólido que el de una roca firme como la Sakhra? (véase Mat 7:24-27).
Es digno de notar también, el hecho de que el piso del lugar santísimo en el templo de Salomón estuviese más alto que el piso del lugar santo. Mientras que el templo entero medía treinta codos de alto, el lugar santísimo medía sólo veinte codos de alto (1 Rey 6:2,20). Usualmente se ha resuelto esta aparente contradicción arguyendo que el piso del lugar santísimo estaba diez codos más alto que el piso del lugar santo. Ritmeyer sugiere seis codos en base a las medidas de la roca para con su entorno más cercano, y argumenta que en ningún lado se dice que el techo del lugar santo y el del lugar santísimo debían estar a la misma altura. Es notable ver también que algo semejante se ve en los cella de otros templos antiguos, donde el lugar de sus dioses estaba más alto que el resto del templo.
Teniendo este cuadro como contexto, podemos entender mejor la descripción de Isaías al contemplar el lugar santísimo. Vio el trono de Dios como siendo “alto y elevado” (Isa 6:1). Y Jeremías declaró:  “Trono de gloria, alto desde el principio, es el lugar de nuestro santuario” (Jer 17:12). De una manera semejante Juan, quien había estado en el lugar santo mirando a Jesús entre los candeleros, fue llamado por el Señor en su segunda visión a “subir”, para contemplar el trono de Dios dentro de la puerta del lugar santísimo (Apoc 4:1).
Si miramos el santuario desde el norte (como lo hace aquí un artista), el lugar santísimo en el oeste está
 correctamente puesto en la derecha. Pero el autor de este cuadro se olvidó de intercambiar la mesa y el candelabro. Nuevamente, los querubines gigantes del lugar santísimo no se describen así en la Biblia, y el arca está horizontal a la entrada del templo y no en el centro del lugar santísimo. Tiene valor el cuadro, de todas maneras, por el contraste de nivel que se hizo entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo
Notemos, además, que Jesús llama a Juan a “subir” a un lugar más alto. El mismo llamado reciben los dos testigos en conexión con los dos candelabros del Lugar Santo, al concluir su período de testimonio profético que deben cumplir vestidos de sacos o aflicción. Ese llamado, “subid acá”, conecta a los “testigos” igualmente con el “tiempo del fin” en que debía ser purificado el santuario (Apoc 11:3-11; véase el mismo período de tiempo en Dan 12:1-9). Cuando ese período estuviese concluyendo, la palabra profética debía dirigir la atención del pueblo de Dios hacia el cielo (Apoc 11:12), más definidamente al Lugar Santísimo que enmarca el juicio de la séptima trompeta (Apoc 11:15,18-19).
Finalmente convendrá tener en cuenta otra deducción más que se ha hecho a partir de la descripción de las varas del arca que aparece nuevamente en el libro de los Reyes de Israel. El texto dice que “las varas eran tan largas que la punta de las varas se veía en el lugar santo” [la principal entrada del lugar santo] (1 Rey 8:8). Según el Talmud (Yoma 54a), las varas medían diez codos de largo. El lugar santísimo, por otro lado, medía 20 codos cuadrados. A menos que las varas se las hubiese colocado de oeste a este, dando dos de sus puntas hacia la separación del lugar santo con el lugar santísimo, los sacerdotes no habrían podido quitar las varas del arca. Hubieran chocado, en efecto, con los dos grandes querubines que Salomón puso a los dos lados del arca. Tampoco se hubieran podido ver las varas desde el lugar santo, ya que el arca estaba en el centro del lugar santísimo y a seis codos de altura con respecto al piso del lugar santo. De allí es que el pasaje alude a los extremos de las varas como pudiendo verse desde el lugar santo (sin duda en el Día de la Expiación cuando se abría la puerta al lugar santísimo), pero no fuera de él ya que la puerta del patio exterior se cerraba en el Día de la Expiación.
Esto nos acerca más a la descripción de los cuatro seres vivientes (o querubines) que Juan vio “alrededor del trono” en su visión del templo celestial (Apoc 4:6), y al Cordero de pie “en medio del [lugar] del trono”, es decir, en medio del lugar santísimo, y en medio de los cuatro seres vivientes y de los 24 ancianos (Apoc 5:6). Recordemos que en el Antiguo Testamento el propiciatorio servía de estrado de los pies del Señor (1 Crón 28:2), pero que el trono de Dios mismo era invisible y estaba cubierto por una nube de gloria sobre el propiciatorio. Los cuatro querubines (dos sobre los dos extremos del arca y dos a los dos lados del arca que agregó Salomón) rodeaban, así, como en un rombo dentro del cuadrado del Lugar Santísimo, el trono de Dios que estaba más alto y se encontraba en medio de los querubines, sobre el propiciatorio.
La única dificultad que encuentro para esta interpretación que parece obvia de la lectura del Libro de los Reyes, es que Lev 16:14 dice que el sumo sacerdote asperjaba en el Día de la Expiación la sangre del sacrificio “hacia el este” del arca. ¿Cómo haría el sumo sacerdote para asperjar la sangre hacia el este del arca si las varas estaban puestas siguiendo la dirección este-oeste? ¿Habrá habido una diferencia pequeña en este sentido entre la posición del arca en el tabernáculo, y la posición del arca en el templo de Salomón? De hecho, hubieron algunas pequeñas diferencias ya que en el tabernáculo había sólo dos querubines esculpidos, y en el templo de Salomón cuatro, conformando en su conjunto el trono de Dios que estaba en medio de ellos, invisible, y en un sitial más elevado. [Es probable que la indicación “hacia el este” se aplicase al Tabernáculo del Testimonio porque no existían aún los dos querubines adicionales que Salomón colocó a los costados del arca y, por consiguiente, no había necesidad de poner el arca en una posición vertical que no los chocase con sus varas].

El triunfo final del Monte del Eterno

¿Terminó toda la historia del Monte del Eterno en un fracaso con la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos en el año 70 de nuestra era? ¿Se propone Dios hacer algo todavía, con ese antiguo lugar geográfico al que bendijo con su presencia durante tantos siglos? ¡Sí, la Deidad aún tiene planes para con aquel antiguo monte, al que hará finalmente triunfar para siempre! Sin embargo, los sueños sionistas actuales están muy lejos de los propósitos divinos, y de los sueños que todo verdadero cristiano que cree en la Biblia entera debiera tener.

a) El retorno judío al antiguo monte Moria. ¿Qué es lo que hará que triunfe finalmente el Monte del Eterno? Porque el Señor prometió que su monte iba a triunfar por sobre todo otro monte terrenal, cuando dijo que “en el último tiempo será confirmado el monte de la casa del Eterno por cabeza de los montes, será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones” (Isa 2:2). ¿Tiene esto algo que ver con la inmigración judía a Palestina?
Esto es lo que algunos creen, como se vio cuando se instauró la nación de Israel en 1948, y posteriormente durante la guerra de los seis días. ¿Qué los llevó a creer que el fin venía para ese entonces? Especialmente la profecía de Cristo en Luc 21:24: “Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles”. Este pasaje tiene como texto causal la profecía de Dan 12:7: “Será por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe de quebrantar el poder del pueblo santo, todo esto se cumplirá”.
Vamos al Apocalipsis y encontramos también que Dios permite que “los gentiles [o “naciones”] pisoteen “la ciudad santa durante 42 meses”, en referencia incluida más específicamente al “patio exterior del templo” (Apoc 11:2). Un estudio de las fechas proféticas de Daniel y del Apocalipsis y su cumplimiento histórico nos llevan al año 1798 como la conclusión de ese período. Coincidentemente, no fue sino después de esa fecha que los judíos lograron ir asentándose en Palestina, hasta que en 1948 pudieron organizarse como una nación independiente. ¿Y qué en cuanto a su conversión? ¿No dijo Pablo que su “endurecimiento” fue “parcial”, “hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y así todo Israel será salvo”? (Rom 11:25-26).
Seamos concisos al responder aquí. ¿A dónde tenemos que ir? ¿A la vieja Jerusalén con su templo y su ciudad en ruinas? Porque la ciudad que han construido hoy no tiene nada que ver con la ciudad y gobierno teocráticos del mundo antiguo. ¿Dónde está el verdadero monte Sión y su templo? En el cielo, donde está la “nueva Jerusalén” (Heb 8:1-2; 11:10,16,40). Es hacia allí que debemos ir por la fe, como lo afirma Pablo a los judíos de sus días. “Porque no os habéis acercado al monte que se podía tocar…, sino que os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén celestial…, a Jesús, el Mediador del nuevo pacto” en el verdadero templo que está en el cielo (Heb 12:22-24).
¿Dónde está hoy el verdadero pueblo de Israel, y en torno a qué montaña se reúne? El verdadero Israel está compuesto hoy por todos aquellos que se convierten al Señor y aceptan al prometido de Israel, ya sean judíos carnales o gentiles según la carne también (Rom 2:25-29; 1 Cor 7:17-20; Gál 6:15-16; Ef 2:11-18-22). “Miré, y vi al Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él 144.000 [israelitas espirituales] que tenían el nombre del Cordero y el nombre de su Padre escrito en sus frentes” (Apoc 14:1). “Me llevó en espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la gran ciudad santa, la Jerusalén que descendía del cielo, de Dios. Resplandecía con la gloria de Dios” (Apoc 21:10-11).
¿A qué se refirió Jesús, entonces, cuando anunció que Jerusalén sería pisoteada hasta que se cumpliese el tiempo de los gentiles (o naciones)? En el contexto de Rom 11:25, tiene que ver con la terminación de la predicación del mensaje que, según Jesús, debía llegar “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8), “a todo el mundo” (Mat 24:14; véase Apoc 10:11; 14:6-7). Al decir Pablo que el endurecimiento de los judíos es “parcial”, “hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y así todo Israel será salvo” (Rom 11:25-26), está anunciando, por un lado, que siempre habría judíos que se convertirían, y conformarían el nuevo Israel con los conversos de entre las naciones. Por otro lado da a entender que esto sería así hasta que la plenitud de los conversos de entre las naciones (entre los cuales están los judíos que se convertirán), se haya completado para que “todo Israel” sea salvo (incluyendo los fieles israelitas de todas las edades) en el día del Señor.
En Apoc 11:2 se habla del nuevo templo, el del cielo, cuyo patio exterior se encuentra en la tierra (E. G. White en SDABC, VII, 913), y sobre el cual busca establecerse el anticristo (2 Tes 2:4). Los conversos a Cristo, la Iglesia del Señor, son el nuevo Israel y, por lo tanto, la población virtual de la Nueva Jerusalén que está en el cielo. El período medieval de opresión sobre los que se sientan o adoran o moran por fe en el cielo, en una dimensión espiritual (Ef 2:6; Apoc 11:1; 12:12; 13:6, etc), llega hasta 1798 con el fin de los 42 meses o 1260 días símbolo de años. Los gentiles o naciones en este caso, no representan a los conversos sino a “los moradores de la tierra” que oprimen, bajo la conducción del anticristo romano (Apoc 13:3,8,14; 17:2, etc), al verdadero Israel de Dios que lo adora en “espíritu y en verdad” (Apoc 11:1,3-4, etc).
El sionismo moderno, sea cristiano o judío, que sueña con la restauración de los tiempos mesiánicos mediante la reunión de un Israel carnal en torno a un monte y ciudad terrenales, está destinado al fracaso. Tal sionismo es otro intento del diablo para desviar la atención de la gente del verdadero templo y ciudad celestiales. Siendo que los “moradores del cielo” de los que habla el Apocalipsis, involucran a los que por fe adoran en ese templo celestial (Apoc 11:1), (aunque físicamente están en la tierra), la profecía muestra cómo son pisoteados durante tanto tiempo por un sacerdocio e intercesión abominable, impostor y rival.
De esta forma, cuando Dan 11:45 dice que el anticristo romano plantará “sus tiendas reales entre los mares, en el monte glorioso y santo”, no se está refiriendo a ningún monte ni ciudad terrenales. No significa en absoluto que el papado se va a mudar a la vieja Jerusalén, ni tampoco a Estados Unidos. Todas esas interpretaciones espúreas tienen que ver con un intento del gran engañador de desviar la atención de todo lo que se juega en la corte celestial, hacia ciudades y proyectos humanos que buscan reemplazar la obra de Dios aquí en la tierra.
El papado buscará sentarse sobre la iglesia de Cristo, es decir, sobre el verdadero Israel de Dios, los 144.000 (Apoc 7:4-8), que figuran al final, como estando de pie con el Señor sobre el monte celestial (Apoc 14:1). El acto impostor de sentarse sobre la iglesia lo llevó a cabo Roma durante el medioevo en medio del cristianismo, e a intentar hacerlo otra vez al final. Pero esta vez “llegará a su fin, y no tendrá quien lo ayude” (Dan 12:45). “Aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; devorarán su carne y la quemarán a fuego” (Apoc 17:16). El Señor mismo consumará esa obra de destrucción del anticristo “con el resplandor de su venida” (2 Tes 2:8).

b) La nación judía nunca se convertirá al Señor. Aunque la promesa divina es para todo el mundo, inclusive para todos los judíos, el deseo de Pablo es salvar si fuera posible “a algunos de ellos” (Rom 11:14). Algunos de ellos se unirán al remanente del Señor formado por gentiles y judíos convertidos al Señor (Rom 9:27). “No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abrahán son todos hijos” (Rom 9:6-8). El reino del Señor está en las manos del Cordero y de los que obedecen su Palabra, no en manos del judaísmo que lo rechazó.
“Me fueron señalados algunos que están en gran error al creer que tienen el deber de ir a la vieja Jerusalén, y piensan que tienen una obra que hacer allí antes que venga el Señor. Una opinión tal tiende a apartar la mente y el interés de la obra que actualmente hace el Señor bajo el mensaje del tercer ángel… También vi que la vieja Jerusalén nunca será edificada, y que Satanás estaba haciendo cuanto podía para extraviar en estas cosas a los hijos del Señor ahora, en el tiempo de reunión, a fin de impedirles que dediquen todo su interés a la obra actual de Dios e inducirlos a descuidar la preparación necesaria para el día del Señor” (PE, 75-76).
Aún así, muchos judíos se convertirán al Señor y pasarán a formar parte de su pueblo. “Los judíos están viniendo a las filas de los seguidores elegidos de Dios y se están uniendo al Israel de Dios en estos días finales. Así es como algunos de los judíos una vez más volverán a formar parte del pueblo de Dios, y la bendición de Dios se derramará abundantemente sobre ellos si es que se ubican en la posición de gozo señalada en la siguiente declaración bíblica: ‘Alegraos, gentiles, con su pueblo’ (Rom 15:10)” (Ev, 420-1).
“Ví que Dios había abandonado a los judíos como nación. Aún así, había una porción de ellos que serían capaces de desgarrar el velo de sus corazones. Algunos aún verán que la profecía se cumplió con respecto a ellos, y recibirán a Jesús como Salvador del mundo, y verán el gran pecado de su nación al rechazar a Jesús y crucificarlo. Individualmente algunos de entre los judíos se convertirán; pero como nación están abandonados para siempre por Dios” (1SG, 107).
“El Señor ha declarado que los gentiles serán reunidos, y no solamente los gentiles, sino también los judíos. Hay entre los judíos muchas personas que serán convertidas, y por medio de las cuales veremos cómo la salvación de Dios avanzará como una lámpara que arde. Hay judíos por todas partes, y a ellos ha de serles llevada la luz de la verdad presente. Hay entre ellos muchos que vendrán a la luz, y que proclamarán la inmutabilidad de la ley de Dios con maravilloso poder. El Señor Dios obrará. El hará cosas maravillosas en justicia (Ev, 421).
Hoy muchos judíos están aceptando a Cristo, aunque no tienen toda la luz que quisiéramos que tengan. Se autodenominan judíos mesiánicos. ¿Lo estará permitiendo el Señor para que nos sea más fácil predicarles el evangelio? De entre ellos, aquí y allí, muchos van aceptando el mensaje adventista. Un líder judío mesiánico de Nueva York me dijo que de entre todas las iglesias cristianas, se sienten más identificados con la Iglesia Adventista. Aunque hay algunas cosas en las creencias adventistas, especialmente en cuanto a profecía, que no han adoptado, tampoco las han rechazado (según me afirmó), sino que las tienen en observación.

c) El Señor volverá a la tierra de Moria. No se sorprendan. El Señor volverá a la tierra de Moria para morar allí eternamente con su pueblo, cumpliendo literalmente con la promesa que hizo antiguamente a través de sus profetas. “Porque el Eterno eligió a Sión, la quiso para su morada. Este es para siempre el lugar de mi reposo, aquí habitaré, porque la he preferido” (Sal 132:13-14).
¿Cuándo volverá el Señor a la tierra de Moria? En su segunda venida no tocará la tierra, sino que su pueblo será elevado para recibirlo en el aire (1 Tes 4:16-17). Mientras la tierra siga girando sobre sus ejes, su pueblo redimido irá siendo elevado hasta unirse a él en las nubes de los cielos. De manera que los que están esperando la restauración del Monte del Eterno en Palestina se pelarán la frente. No es allí que el Señor se reunirá con ellos. Tampoco en los Estados Unidos que no es ni la tierra ni el monte deseable. Mucho menos en Roma y ni siquiera en la Meca. ¿Para qué ir a las pirámides de Egipto como lo hacen los de la nueva era, intentando que los faraones se reencarnen en ellos? Lo que buscamos es una reencarnación prometida de nuestro carácter y ser en un nuevo cuerpo que el Señor nos dará en su venida, y que durará por toda la eternidad.
Es en la tercera venida, luego del milenio, cuando vuelva con todos sus santos junto con la Nueva Jerusalén, que el Señor pondrá la planta de sus pies sobre la antigua tierra de Moria. Luego que los impíos resuciten y procuren en un último y desesperado esfuerzo, forzar la entrada a la ciudad de Dios, todos los malvados perecerán y la tierra entera será transformada completamente en una nueva tierra y un nuevo cielo en donde more la justicia. No quedará entonces vestigio de la obra de los hombres efectuada durante el imperio del mal.
“La santa shekinah, al apartarse del primer templo, había permanecido sobre la montaña oriental, como si le costase abandonar la ciudad elegida [Eze 10:18-19; 11:22-23]; así Cristo estuvo sobre el monte de los Olivos, contemplando a Jerusalén con corazón anhelante… Desde esa montaña había de ascender al cielo. En su cumbre se asentarán sus pies cuando vuelva. No como varón de dolores, sino como glorioso y triunfante rey, estará sobre el monte de los Olivos mientras que los aleluyas hebreos se mezclen con los hosannas gentiles, y las voces de la grande hueste de los redimidos hagan resonar esta aclamación: Coronadle Señor de todos” (DTG, 769-770).
“Al fin de los mil años, Cristo regresa otra vez a la tierra. Le acompaña la hueste de los redimidos, y le sigue una comitiva de ángeles… Cristo baja sobre el monte de los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa de su regreso. El profeta dice: ‘Vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos”. “Y afirmaránse sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está frente de Jerusalén a la parte de oriente; y el monte de los Olivos se partirá por medio… haciendo un muy grande valle.’ ‘Y el Eterno será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será uno, y uno su nombre’ (Zac 14:5,4,9). La nueva Jerusalén, descendiendo del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad” (CS, 720-1).
 

¿Por qué vuelve el Señor a la tierra de Moria, y establece su ciudad sobre ella y la extiende inmensamente, a partir de allí, sobre la tierra? Porque es una característica divina la de restaurar, recomponer “lo que se había perdido” (Luc 19:10; véase Isa 58:13-14, donde aún el sábado será restaurado junto con los cimientos en ruinas de muchas generaciones). Sus pies pisarán, en efecto, ese lugar que se escogió con tantos siglos de antelación. Y su ciudad celestial ocupará el lugar de la antigua ciudad de Jerusalén, pero será extendida mucho más allá, hasta abarcar gran parte de la tierra (Apoc 21:16). Vendrá del oriente, como antiguamente lo hizo Dios a su templo. Por esa razón dice que pisará la montaña oriental, y desde allí preparará la explanada (un valle inmenso) donde estará el trono de Dios, y la ciudad se extenderá por más de 2000 kms. cuadrados.
En la lucha de los diferentes montes por determinar cuál está por encima del otro, el monte del Eterno estará más alto, y vencerá sobre todos los otros montes (Apoc 21:10). No será el diablo quien triunfará buscando imponerse sobre el monte del Señor, en la batalla que de antiguo tiene entablada con el Eterno (Isa 14:12-14). El único monte que prevalecerá será el del Señor (Isa 2:2-4; Miq 4:1-4). Y aunque los reinos y poderes de este mundo, inspirados por Satanás, hayan parecido en su momento triunfar sobre el monte del Eterno, se verá al final que el Señor volverá, y pondrá su morada sobre él para siempre, cuando descienda la Nueva Jerusalén (Apoc 21:10; véase Heb 11:10).
¡Es ese monte el monte de mis sueños! ¡Es esa la migración que tanto anhelo se dé pronto! ¡Es a mi casa, preparada para mí por el Señor en su santa ciudad, a donde deseo realmente mudarme! (Juan 14:1-3). ¡Es esa la Roca sobre la cual quiero estar por toda la eternidad, ya que no será jamás quebrantada! (Apoc 3:12). “Las naciones [de los justos] andarán a su luz, y los reyes de la tierra le traerán su gloria y su honra. Sus puertas nunca se cerrarán de día, porque allí no habrá noche. Y traerán a ella la gloria y la honra de las naciones” (Apoc 21:24-26). “Y ya no habrá maldición alguna. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán. Verán su rostro, y su Nombre estará en sus frentes… Y reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc 22:3-5).

Dr. Alberto R. Treiyer