lunes, 15 de febrero de 2016

La masonería española se sacude el misterio

Se sienten más discriminados que gays y lesbianas. Creen que la losa de la propaganda franquista sigue pesando sobre ellos y quieren arreglarlo dándose a conocer en sociedad



Suena el timbre en el número seis de la calle Juan Ramón Jiménez, a pocos metros del Santiago Bernabéu.



“Buenas tardes, ¿está por ahí el Gran Arquitecto?”, exclama un coro de adolescentes antes de esfumarse en la noche de Madrid.



De vez en cuando pasan cosas como esta en la sede de la Gran Logia de España (GLE), identificable desde la calle por las columnas que enmarcan la puerta y los símbolos que adornan el dintel. Tampoco es raro que aparezcan pintadas en la que se les culpabiliza de provocar el 11-M, de desatar la crisis económica o de propiciar el despido de Mourinho.



La masonería española, prácticamente exterminada durante el franquismo y acorralada a derecha e izquierda por todo tipo de mitos y leyendas, se ha ido sacudiendo el miedo durante los años de democracia (fue legalizada de nuevo en 1979). Sin levantar demasiado la cabeza, sin ruido, consciente de los recelos aún latentes en diferentes estratos de la sociedad y de su falta de apoyos; trabajando en el anonimato con el objetivo de recomponer sus mimbres.







Hoy se calcula que son unos 3.000 (la mayoría en la GLE), más del doble que hace 25 años, aunque muy lejos de las cifras que se manejan en los países en los que nunca fueron perseguidos (en EEUU han perdido muchos miembros desde los años 60 pero aún hay más de un millón de masones).



Su estigma de poder en la sombra, engordado por el secretismo con el administran sus asuntos, sigue despertando una curiosidad insana. El año pasado, la sede de la GLE en Barcelona abrió sus puertas durante la Noche de los Museos y las colas daban la vuelta a la esquina. Cerca de dos mil personas metieron la nariz en los salones de ritos y ceremonias.



Dicen sentirse incomprendidos y agraviados en un país que nunca ha hecho con ellos un ejercicio de 'memoria histórica', que no le ha dado demasiada importancia a una persecución que llevó a los tribunales a unas 80.000 personas acusadas de pertenecer o simpatizar con las logias.



En una reciente encuesta interna, compararon cifras y llegaron a la conclusión (más o menos documentada) de que en España se proyectan más prejuicios sobre ellos que sobre la comunidad de gays y lesbianas. "Los homosexuales viven su condición de una manera mucho más abierta", se quejan.



Un 26 por ciento dijeron haber sufrido agresiones u hostigamiento por pertenecer a una logia. "El periodo de persecución más largo de la historia de la masonería se vivió en España y siguen quedando muchos hábitos porque, además, nadie ha reivindicado en serio nuestra herencia cultural, nuestra historia, que fue exterminada y arrasada por la propaganda".



“Lo peor no es que haya una minoría que nos ataca, sino constantar que al resto de la sociedad le da igual. Cuando nos dimos cuenta de eso decidimos cambiar nuestra política de comunicación para que se entienda que no hacemos nada malo, oculto o peligroso. Poco a poco, sin prisas ni estridencias, queremos darnos a conocer, participar en la vida pública y llamar a la puerta de las instituciones para normalizar nuestra actividad”, dice Javier Escalada, consultor de formación y Gran Maestro de la Gran Logia de Madrid.



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