martes, 21 de febrero de 2012

La cuestión del califato

El rechazo de la Monarquía Absoluta y de la tiranía dentro de la tradición islámica se pone de manifiesto tanto en el ejemplo de los primeros califas (los llamados ‘califas rectamente guiados’, los cuatro primeros sucesores del Profeta) como en los tratados clásicos de jurisprudencia. Existe una anécdota clarificadora del sentido que tenía el título de califa para los inmediatos sucesores del Profeta: Cuando Abu Bakr sucedió al Profeta fue llamado jalîfatu Rasul Al-lâh, sucesor del Mensajero de Al-lâh. Luego le sucedió ‘Umar [ibn al-Jattab]. Un hombre fue a escuchar a ‘Umar y se dirigió a él como jalîfatu Al-lâh (viceregente o vicario de Al-lâh), y ‘Umar dijo: ‘Ese es David’. Entonces el hombre le llamó jalîfatu Rasul Al-lâh, y ‘Umar dijo: ‘Pero ese es Abu Bakr, que ahora esta muerto’. Entonces, el hombre se dirigió a él como jalîfatu jalîfati Rasul Al-lâh, sucesor del sucesor del Mensajero de Al-lâh. Y ‘Umar dijo: ‘Esto es lo correcto, pero el título acabará haciéndose demasiado largo’. El hombre preguntó: ‘Entonces, ¿cómo te llamaremos?’. Y ‘Umar respondió: ‘Sois creyentes y yo soy vuestro mandatario. Por tanto, llamadme amir al-muminin, comendador de los creyentes’.

Esta anécdota pone en evidencia que para los sucesores directos del Profeta el título de califa no tenía el sentido de ‘representantes de Dios en la tierra’, ni les otorgaba ninguna clase de poder absoluto sobre el resto de creyentes. Del propio ‘Umar se conserva una anécdota muy clarificadora, que ha sido esgrimida para justificar el tiranicidio de los gobernantes injustos. En una ocasión, desde el mimbar de la mezquita, se dirigió a los musulmanes: “Si os ordenara algo injusto, ¿qué haríais?”. Pero nadie osó responderle, tal era el respeto que le tenían. Repitió su pregunta hasta que una voz contestó: “Emir de los creyentes, te pediríamos que renunciases a tu orden, y si lo hicieras seguiríamos obedeciéndote. Pero si insistieras te cortaríamos esa parte de tu cuerpo donde tienes los ojos”. ‘Umar dijo entonces: “Doy gracias a Al-lâh porque entre los musulmanes haya quien nos corrija cuando nos equivocamos”.

Sobre los reparos a utilizar el título de “califa de Al-lâh”, Bernard Lewis comenta:

“La cuestión en juego era muy importante. Aceptando que el soberano del gobierno y de la comunidad musulmana es un vicerregente (califa), ¿de quién es, de hecho, vicerregente: del Profeta o de Dios? El punto de vista de los juristas es que el soberano es el califa del Profeta y, de ningún modo de Dios. Desde una fecha muy temprana encontramos numerosas sentencias que rechazan específicamente la noción de cualquier vicerregencia o vicariado de Dios. No hay ninguna afirmación teórica del vicariado de Dios en la literatura jurídica, filosófica o política sunní, y los propios califas parecen, en conjunto, haber tenido bastante cuidado en este asunto.”[1]

¿Por qué los juristas musulmanes rechazaron la noción de que el máximo dirigente de la comunidad islámica pudiese ser calificado como un ‘vicerregente de Al-lâh’ en la tierra? La respuesta es doble. Por un lado, por el miedo a caer en una Monarquía sagrada como la denunciada en el Corán. Pero la causa mayor hay que situarla en la concepción coránica del califato, como complemento humano de de la Soberanía de Al-lâh. Desde la óptica coránica parece impropio apropiarse en exclusiva de este título, ya que todo ser humano es (por lo menos en potencia) un califa de Al-lâh sobre la tierra:

Y he ahí que tu Sustentador dijo a los ángeles:
“Voy a poner en la tierra a alguien como su califa”.
(Corán 2: 30)

Al-lâh ha prometido a quienes de vosotros han llegado a creer
y hacen buenas obras que, sin duda, les hará califas en la tierra,
tal como hizo califas a sus antecesores.
(Corán 24: 55)

Muhammad Asad traduce el término árabe jalifa como ‘heredero de la tierra’, en el sentido en que le ha sido entregada a la humanidad por Al-lâh: “El término jalifa -derivado del verbo jalafa, ‘sucedió [a otro]’- es usado en esta alegoría para indicar la supremacía del hombre sobre la tierra.” Aunque el Corán menciona en una ocasión al Profeta David como califa de Al-lâh, en diversos pasajes está claro que el califato es un principio que afecta a la humanidad en su conjunto:

Lo que cada alma adquiera sólo podrá perjudicarle a ella misma
y nadie cargará con la carga del otro.
Luego habréis de volver a vuestro Sustentador
que os hará ver aquello en lo que teníais diferencias.
Pues, es Él quien os ha hecho califas.
(Corán 6: 165)

Él es quien os ha hecho califas Suyos en la tierra.
Por eso, quien se empeña en negar la verdad,
esta negación suya recaerá sobre él.
(Corán 35: 39)

En estas aleyas se vincula directamente el califato con la responsabilidad personal de cada individuo, el hecho de que cada criatura es responsable de sus actos, y no puede delegar en otro la carga por su comportamiento. El Corán otorga al ser humano todo el peso en el gobierno de su vida, tanto a nivel individual como colectivo:

…nadie habrá de cargar con la carga de otro,
que no contará para el hombre sino aquello por lo que se esfuerza…
(Corán 53: 38-39).

Esta ley ética fundamental aparece enunciada cinco veces en el Corán –en 6:164, 17:15, 35:18, 39:7, además del versículo citado[2]. Ya hemos visto como el Corán asocia el shirk a la obediencia ciega a líderes religiosos que han usurpado la Soberanía de Al-lâh. Cada uno es por tanto responsable de sus actos, y en el Día del Juicio no podrá recurrir a mediadores, ni siquiera al propio Profeta:

Di [Oh Profeta]: “¡Oh gentes!
Os ha llegado ahora la verdad venida de vuestro Sustentador.
Por tanto, quien elija seguir el camino recto lo sigue sólo en beneficio propio;
y quien elija extraviarse, se extravía sólo en detrimento propio.
Y yo no soy responsable de vuestra conducta”.
(Corán 10: 108)

El saudí Dr. ‘AbdulHamid Ahmad AbuSulayman, uno de los más reputados eruditos del presente, rector de la Universidad Internacional Islámica de Malaysia, describe el califato del siguiente modo:

“La vicerregencia del hombre sobre la tierra y en el universo le conmina a actuar como guardián y delegado de Al-lâh a la hora de proceder en relación a la tierra, el universo y las otras criaturas. El musulmán, con su feetrah (naturaleza primordial), ‘aquida (cosmovisión), método de pensamiento, voluntad libre, y la capacidad de aprendizaje con la cual Al-lâh le ha honrado, no hace posible considerar otra posición para el ser humano que la de un depositario responsable. El ser humano no puede llevar a cabo este propósito, cumplir su papel en la vida, o tener paz mental a no ser que continuamente tome decisiones relativas a la gestión de su entorno en el universo natural. El principio del califato, según el pensamiento islámico, define el propósito de los deseos naturales del hombre y lo guía. En este sentido, los deseos naturales son orientados hacia la verdad, la justicia y la reforma.”[3]

A continuación, el mismo autor explica que fue este principio del califato compartido la clave del crecimiento de la primera comunidad de musulmanes, unidos en la conciencia de la trascendencia de cada uno de sus actos:

“No podemos entender el pensamiento islámico si no consideramos la dimensión que tiene la responsabilidad en este pensamiento… El principio de responsabilidad representa la otra cara del principio del califato en la configuración de la mentalidad musulmana. El califato, los propósitos que le están asociados, y sus requisitos (voluntad libre, capacidad de raciocinio, y la potencialidad de aprendizaje continuo) traen consigo la responsabilidad moral del ser humano por su posición, y por las decisiones que debe tomar para implementarlo.”[4]

Merece la pena citarse un texto de Abdul-lâh Bartoll Rius, musulmán español:

“La palabra jalîfat proviene del verbo jalaf:: suceder; seguir, venir en pos de. Sustituir, remplazar. En la posición istajlaf: nombrar sucesor, delegar, mandar como representante. En la posición jilafat: lugartenencia, vicariato, representación, sucesión. Así pues, el califato es una ‘representación delegada’ por Al-lâh -s.w.t.- al ser humano para que sea su representante en la Tierra. Esta representación es intrínsecamente una delegación que es inherente al ser humano. Es la delegación de la soberanía otorgada por Al-lâh -s.w.t.- a todos los seres humanos y que ninguno puede usurpar, quitar o suprimir esta delegación soberana. (…) La soberanía delegada [jalîfat] es una gracia [fadl] de Al-lâh -s.w.t.- dada a todos los seres humanos. No es una conquista sino que es de naturaleza inherente [fitra] al ser humano. Esta soberanía delegada por Al-lâh -s.w.t.- es la garantía de los derechos naturales que nadie puede quitar a otro. Así pues, los derechos naturales están garantizados por la Soberanía de Al-lâh –s.w.t.- a través de la xari`a [del verbo xari`a: dar el camino, fuente, extraer leyes a; mostrar el camino]. (…) Algunos piensan que la soberanía es sólo de Al-lâh –s.w.t.-, y niegan que el ser humano sea soberano, creo que eso es una equivocación porque nos lleva a problemas de todo tipo, si sostenemos que el ser humano no es soberano negamos el dîn, muchas âyât hablan de la libre elección del ser humano porque la base del islam es elegir entre el bien y el mal. (…) Al negar la soberanía del ser humano entonces sostenemos que todas nuestras equivocaciones cuando ejércenos la autoridad –y hacemos muchas mantenemos que esos errores son responsabilidad de Al-lâh –s.w.t.- y eso es imposible porque el Corán dice: “E instrúyeles con él (Corán) para que todo individuo sea responsable de sus propios actos!” sura 6, ayât 70.” [5]

Nuestra meditación sobre la Soberanía de Al-lâh nos devuelve a la democracia como sistema de gobierno que refleja la cosmovisión coránica. Mientras la Soberanía pertenece a Al-lâh, éste ha delegado en los seres humanos, quienes deben organizarse de forma que respete el ejercicio de la responsabilidad individual de todos los miembros de la comunidad. La idea de que Al-lâh es el único Soberano no puede entonces convertirse en una excusa para instaurar regímenes despóticos, ni legitimar gobiernos en los que los ciudadanos no ejercen su califato. Por el contrario, debe partir de la consideración de la idea de la mayoría de edad del ser humano, capaz de acción y raciocinio, criatura emancipada de toda forma de control ideológico, que debe rendir cuentas ante Al-lâh.

El poeta y reformista indo-pakistaní Alamah Muhámmad Iqbal (1876-1938) fue uno de los sabios musulmanes del siglo pasado que vio en la desarticulación del califato otomano una oportunidad para la recuperación del sentido original del califato:

“Veamos ahora como la Gran Asamblea Nacional [turca] ha ejercido el poder de ijtihad el lo concerniente a la institución del califato. Según la ley sunní, el nombramiento de un imán o califa es absolutamente indispensable. La primera pregunta que surge a este respecto es: ¿se debe investir con el califato a una sola persona? Según el ijtihad turco, de conformidad con el espíritu islámico, el califato o imanato puede otorgarse a un órgano de personas o a una asamblea constituida por elección. Personalmente creo que el criterio turco está perfectamente fundamentado.”[6]

Esta cita se refiere a una aplicación política posible el califato, entendido como responsabilidad de todos los miembros de una comunidad. Sin embargo, no debemos olvidar que la presentación coránica del ser humano como califa va mucho más allá de lo político, implicando un modo de estar en el mundo y de relacionarnos con nuestros semejantes y el resto de la creación. Según la descripción de Abderrahmán Muhámmad Maanan, la consideración del ser humano como califa de Al-lâh nos aleja de la visión del musulmán como ser conformista y fatalista, lo convierte en protagonista de su vida y da primacía a la acción:

“El Corán describe al ser humano como su califa. El califa es el uno-único, el hombre singular frente a su Señor Uno, Único y Singular; hacer reales estos extremos es la aspiración de todas las enseñanzas del islam. Las prácticas del islam persiguen hundir al musulmán en una soledad espiritual que le abra las puertas de lo eterno y con esa experiencia rehacer el mundo, fabricar su entorno y conquistar su propia realidad. El islam es acción: sus directrices describen actos que, al ser llevados a cabo, engendran realidades a distintos niveles. El Corán va dirigido al ser humano en tanto que cada uno es una criatura única y singular que busca a su Señor único y singular. Según el Profeta Muhámmad, Al-lâh ha dicho: “No me abarcan ni los cielos ni la tierra, pero me abarca el corazón del hombre que se me confía”. Sentido de la Unidad y Califato son los términos de un binomio sobre el que se alza el islam como civilización y cultura. De esta combinación surge el musulmán como alguien que se ha emancipado de la confusión idolátrica y se autoafirma en su Señor interior que lo gobierna y rige en cada momento y del que él es la traducción y la imagen en el universo material. De ahí su necesidad de ser creativo, independiente y protagonista, a semejanza de la verdad que le hace ser y a la que sirve de reflejo.” [7]

Notas
[1] Lewis, Bernard. ‘El lenguaje político del islam’, ed. Taurus 1990, p.78. A pesar de este cuidado, algunos gobernantes se otorgaron el título de jalifas de Al-lâh. De todos modos, según Lewis solo existe constancia de que tres gobernantes musulmanes utilizaran este título, y solo en inscripciones o monedas, jamás como título oficial.

[2] Muhammad Asad, El Mensaje del Qur’án.

[3] ‘AbdulHamid A. AbuSulayman, ‘Crisis in the Muslim Mind’.

http://www.usc.edu/dept/MSA/humanrelations/crisis_in_the_muslim_mind/index.html

[4] Ídem

[5] Abdullah Bartoll Ríus, ‘El concepto de soberanía en el Qurân’. Publicado en Webislam:. http://www.webislam.com/?idt=1337#

[6] Iqbal, Alamah Muhámmad. ‘La reconstrucción del pensamiento religioso en el islam’, ed. Trotta 2002, p. 149. Iqbal no es el único gran pensador de principios del siglo XX que saludó la caída del califato histórico como una oportunidad para la umma.

[7] Abderrahman Muhámmad Maanán, ‘El islam ante el futuro’. Revista Verde Islam no 18. http://www.webislam.com/pdf/pdf.asp?idt=3159

abdennurprado

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