¿Qué pasa en Siria?
por Domenico Losurdo
Mientras cientos de sirios, civiles y militares, acaban de caer bajo las balas de francotiradores financiados por los saidiris y entrenados por la CIA, los medios de prensa occidentales acusan al gobierno de Bachar el-Assad de disparar sobre el pueblo y sobre sus propias fuerzas del orden. Esta campaña de desinformación trata de justificar una posible intervención militar occidental. El filósofo Domenico Losurdo recuerda que esta forma de actuar no es nueva. Simplemente, los nuevos medios de comunicación la han hecho más sofisticada. Hoy en día, la prensa escrita y audiovisual no son las únicas en vehicular la mentira, también se hace a través de Facebook y YouTube.
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«Amor y verdad»En los últimos tiempos, sobre todo a través de la secretaria de Estado Hillary Clinton, la administración Obama no deja pasar la menor ocasión de ensalzar Internet, Facebook y Twitter como instrumentos de difusión de la verdad e, indirectamente, de promoción de la paz. Washington ha destinado sumas considerables a potenciar estos instrumentos y a blindarlos contra la censura y los ataques de los «tiranos». En realidad, la misma regla vale para los nuevos medios tanto como para los tradicionales: pueden ser también instrumentos de manipulación y de exacerbación del odio e incluso de la guerra. Goebbels y el régimen nazi utilizaron inteligentemente la radio en ese sentido. Durante la guerra fría, más que un instrumento de propaganda, las transmisiones de radio fueron un arma para los dos bandos implicados en el conflicto. Una de las primeras tareas asignadas a la CIA fue la creación de un eficiente «Psychological Warfare Workshop». El uso de la manipulación desempeña también un papel esencial al final de la guerra fría. Mientras tanto, junto a la radio, apareció la televisión. El 17 de noviembre de 1989 se produce en Praga el triunfo de la «revolución de terciopelo», con un eslogan del que se decía que había sido copiado de Gandhi: «Amor y verdad». La realidad es que el papel decisivo lo tuvo entonces la difusión de una noticia falsa que pretendía que un estudiante había sido «brutalmente abatido» por la policía. Así lo revela con satisfacción, 20 años después de los hechos, «un periodista y líder de la disidencia, Jan Urban», protagonista de aquella manipulación. Su «mentira» logró suscitar la indignación de las masas y el derrumbe de un régimen ya debilitado. A finales de 1989, en Rumania, un Nicolae Ceausescu ya seriamente desacreditado se mantiene aún en el poder. ¿Cómo derrocarlo? Los medios masivos de comunicación de Occidente difunden masivamente entre la población rumana noticias e imágenes del «genocidio» perpetrado por la policía de Ceausescu en Timisoara. ¿Qué había pasado en realidad? Dejemos la palabra a un prestigioso filósofo, Giorgio Agamden, que aunque no siempre da prueba de vigilancia crítica hacia la ideología dominante resume aquí magistralmente el caso que nos ocupa: «Por primera vez en la historia de la humanidad, cadáveres apenas enterrados o alineados sobre las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y torturados para simular ante las cámaras el genocidio que debía legitimar al nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía en vivo ante sus ojos como la verdad en las pantallas de televisión, era la absoluta antiverdad, y aunque la falsificación resultara a veces evidente, era de todas formas autentificada como cierta por el sistema mundial de los medios, para que quedara claro que lo real no era en lo adelante más que un momento del necesario movimiento de lo falso.» La técnica descrita en el anterior fragmento se aplica nuevamente con renovado éxito 10 años más tarde. Una campaña insiste en mostrar el horror del que se ha proclamado como responsable al país –Yugoslavia– cuyo desmembramiento está ya programado de antemano y contra el cual ya se prepara la guerra humanitaria: «La masacre de Racak es atroz, con mutilaciones y cabezas cortadas. Es una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión pública internacional. Algo parece extraño en la matanza. Los serbios matan habitualmente sin realizar mutilaciones […] Como demuestra la guerra de Bosnia, las denuncias de atrocidades cometidas con los cuerpos, indicios de torturas, decapitaciones, son un arma de propaganda imprecisa […] Quizás no hayan sido los serbios sino los guerrilleros albaneses quienes mutilaron los cuerpos.» Pero, en aquel momento, los hombres del UCK [Ejército de Liberación de Kosovo. NdT.] no podían ser sospechosos de aquella infamia porque eran freedom fighters, combatientes de la libertad. Hoy en día, ante el Consejo de Europa, el líder del UCK, Hashim Thaci, «está acusado de dirigir un clan político-criminal creado antes de la guerra» y está implicado en el tráfico no sólo de heroína sino también de órganos humanos. Veamos lo que sucedía, bajo su mando, durante la guerra de Kosovo: «Una granja en Rripe, Albania central, convertida en sala de operación por los hombres del UCK, donde tenían como pacientes a prisioneros de guerra serbios: un tiro en la nuca, antes de extraerles los riñones, con la complicidad de médicos extranjeros» (presuntamente occidentales). Sale así a la luz la realidad de la «guerra humanitaria» de 1999 contra Yugoslavia. Pero, mientras tanto, el desmembramiento de aquel país se ha concretado y Kosovo se ha convertido en sede de una enorme base militar estadounidense. Veamos otro regreso de varios años al pasado. Hérodote, una revista francesa de geopolítica, ha destacado el papel esencial que desempeñaron las redes de televisión que se encuentran en manos de la oposición georgiana y las cadenas televisivas de Occidente durante la «revolución de las rosas», que tuvo lugar en Georgia a finales de 2003. Los mencionados medios de prensa transmitían constantemente la imagen –que posteriormente resultó ser falsa– de la residencia que supuestamente constituía la prueba de la corrupción de Eduard Chevarnadze, el dirigente que se quería derrocar. Después de la proclamación de los resultados electorales, que confirmaban la victoria de Chevarnadze y que la oposición declara fraudulentos, los opositores deciden organizar una marcha sobre Tbilisi, marcha que debería sellar «la llegada simbólica, e incluso pacífica, a la capital de todo un país encolerizado». A pesar de haber sido convocados en todas partes del país con gran despliegue de medios propagandísticos y publicitarios, llegan aquel día a la marcha entre 5 y 10 000 personas. «¡Eso no es nada en Georgia!» Sin embargo, gracias a una puesta en escena sofisticada y muy profesional, el canal de televisión de más amplia difusión en todo el país se da el lujo de transmitir un mensaje muy diferente: «Ahí está la imagen, poderosa, de un pueblo entero que sigue a su futuro presidente.» Se deslegitima así a las autoridades políticas, el país se siente desorientado y sorprendido mientras que la oposición se muestra más arrogante y agresiva que nunca, sobre todo porque cuenta con la protección y el estímulo de los medios de prensa internacionales y las cancillerías occidentales. Está listo el golpe de Estado que pondrá en el poder a Mijail Saakashvili, opositor que ha hecho sus estudios en Estados Unidos, que habla un inglés perfecto y está capacitado para entender rápidamente las órdenes de sus superiores.Internet como instrumento de libertadVeamos ahora los nuevos medios que tanto elogian la señora Clinton y la administración Obama. En el verano de 2009, un importante diario italiano publicaba lo siguiente: «Una imagen de origen indeterminado circula en Twitter desde hace varios días […] Ante nosotros, un fotograma de valor profundamente simbólico, una página de nuestro presente. Una mujer con velo negro, lleva una camiseta verde y un blue-jean: extremo Oriente y extremo Occidente juntos. Está sola, a pie. Tiene el brazo derecho en alto y el puño cerrado. Ante ella, imponente, el frente de un SUV [vehículo todoterreno] de cuyo techo emerge, hierático, Mahmud Ahmadinejad. Detrás, los guardaespaldas. La combinación de gestos es conmovedora: de provocación desesperada el de la mujer; místico, el del presidente iraní.» Se trata de «un fotomontaje», que ciertamente parece «verdadero», para lograr más eficazmente «acondicionar ideas, creencias». Por otro lado, abundan las manipulaciones. A finales de junio de 2009, los nuevos medios en Irán y todos los medios de información occidentales difunden la imagen de una bella muchacha alcanzada por una bala: «Comienza a sangrar, pierde el conocimiento. En pocos segundos está muerta. Nadie sabe si se vio en medio del fuego cruzado o si fue alcanzada por un disparo dirigido a ella.» Pero la búsqueda de la verdad es lo que menos interesa. Sería de todas formas una pérdida de tiempo e incluso pudiera resultar contraproducente. Lo más importante es otra cosa: «Ahora, la revolución tiene nombre: Neda.» Ello permite transmitir el mensaje deseado: «Neda, inocente, contra Ahmadinejad». O también: «una juventud valiente contra un régimen vil». Y el mensaje se hace así irresistible: «Es imposible ver de manera fría y objetiva en Internet el video de Neda Soltani, la breve secuencia en que el padre de la muchacha y un médico tratan de salvar la vida de la joven iraní de 26 años». Al igual que en el caso del fotomontaje, la imagen de Neda nos enfrenta a una manipulación sofisticada, cuidadosamente estudiada y calibrada en todos sus detalles (gráficos, políticos y sicológicos) con vistas a desacreditar y a presentar la dirección iraní de la manera más odiosa posible. [Ver también las notas adicionales al final de este texto. NdT.] Llegamos así al «caso libio». Una revista italiana de geopolítica ha mencionado en este caso «el uso estratégico de lo falso», lo cual se confirma en primer lugar en el «desconcertante caso de las falsas fosas comunes» (y de otros detalles anteriormente mencionados). La técnica es la misma que viene utilizándose desde hace décadas. Pero, ahora, con la aparición de los nuevos medios, adquiere una terrible eficacia: «La lucha se presenta primeramente como un duelo entre el poderoso y débil indefenso, y rápidamente se transforma después en una oposición frontal entre el Bien y el Mal absolutos». En tales circunstancias, lejos de ser un instrumento de libertad, los nuevos medios conducen al resultado contrario. Estamos ante una técnica de manipulación que «restringe fuertemente la libertad de arbitrio de los espectadores»; «los espacios para un análisis racional se comprimen al máximo, sobre todo mediante la explotación del efecto emotivo de la rápida sucesión de imágenes». Volvemos a encontrar así, en los nuevos medios, la regla ya confirmada anteriormente en la radio y la televisión: los instrumentos, o potenciales instrumentos, de libertad y emancipación –intelectual y política– pueden convertirse y a menudo se convierten hoy en día en lo contrario. No resulta difícil prever que la representación simplista del conflicto en Libia no se mantendrá en pie por mucho tiempo. Pero Obama y sus aliados esperan que dure el tiempo suficiente para permitirles alcanzar sus objetivos, que no son realmente humanitarios, aunque la neolengua se empeñe en definirlos como tales.Espontaneidad de InternetPero, volvamos al fotomontaje que muestra a una disidente iraní desafiando al presidente de su país. El autor del citado artículo no se interroga sobre los artífices de un montaje tan sofisticado. Yo trataré de remediar ese “olvido”. Ya a finales de los años 1990 se podía leer en el International Herald Tribune: «Las nuevas tecnologías han cambiado la política internacional». Quienes tenían los medios de controlarlas veían crecer desmesuradamente su propio poder y sus posibilidades de desestabilizar los países más débiles y tecnológicamente menos adelantados. Estamos, en este caso, ante un nuevo capítulo de la guerra sicológica. También en ese campo Estados Unidos se encuentra decididamente a la vanguardia, con décadas de investigación y de experimentos en su haber. Rebecca Lemov, antropóloga de la universidad del Estado de Washington, publicó hace algunos años un libro que «ilustra los inhumanos intentos de la CIA y de algunos de los más grandes siquiatras de “destruir y reconstruir” la psiquis de los pacientes en los años 1950». Esto explica un hecho que tuvo lugar en aquella época. El 16 de agosto de 1951, raros e inquietantes fenómenos estremecieron Pont-Saint-Esprit, «un tranquilo y pintoresco pueblito» situado «en el sureste de Francia». Sí, «el pueblo fue sacudido por una misteriosa ráfaga de locura colectiva. Al menos cinco personas murieron, varias decenas acabaron en asilos, cientos mostraron síntomas de delirio y alucinaciones […] Muchos acabaron en el hospital y con camisa de fuerza». El misterio que por mucho tiempo rodeó aquella «locura colectiva» se ha disipado hoy en día. Aquello fue un «experimento realizado por la CIA, con la Special Operation Division (SOD), la unidad secreta del ejército estadounidense basada en Fort Detrick, Maryland». Los agentes de la CIA «contaminaron con LSD el pan que se vendía en las panaderías del pueblo», con los resultados anteriormente mencionados. Estamos al comienzo de la guerra fría. Estados Unidos, claro está, era un aliado de Francia. Pero es precisamente por esa razón que Francia se presta fácilmente a la realización de experimentos de guerra sicológica, cuyo blanco era el «campo socialista» (y la revolución anticolonialista) pero cuya realización del otro lado de la “cortina de hierro” hubiese resultado muy difícil. Hagámonos entonces la siguiente pregunta: ¿La excitación y la exacerbación de las masas pueden inducirse únicamente por vía farmacológica? Con la aparición y la generalización de Internet, Facebook y Twitter, ha surgido un arma nueva, capaz de modificar profundamente la correlación de fuerzas en el plano internacional. Y esto ya no es un secreto para nadie. Actualmente, en Estados Unidos, un rey de la sátira televisiva como Jon Stewart exclama: «Pero, ¿por qué enviamos ejércitos si tumbar dictaduras a través de Internet es tan fácil como comprar un par de zapatos?» Por su parte, en una revista cercana al Departamento de Estado, un investigador llama la atención sobre «lo difícil que resulta militarizar» (to weaponize) los nuevos medios para alcanzar objetivos a corto plazo y vinculados a determinado país. Más vale perseguir objetivos de más amplia envergadura. Los matices pueden ser diferentes, pero en todos los casos se subraya y se reconoce la importancia militar de las nuevas tecnologías. Pero, ¿no es Internet la expresión misma de la espontaneidad individual? Los únicos que utilizan ese argumento son los desposeídos (y los menos escrupulosos). En realidad, reconoce Douglas Paal –ex colaborador de Reagan y de Bush padre–, Internet se encuentra actualmente «bajo la administración de una ONG que en realidad es una emanación del Departamento de Comercio de los Estados Unidos». ¿Se trata simplemente de una cuestión de comercio? Un diario de Pekín reporta un hecho ampliamente olvidado: cuando China solicitó por primera vez conectarse a Internet, en 1992, su pedido fue rechazado debido al peligro que representaba que esa gran nación asiática pudiera así «obtener informaciones sobre Occidente». Ahora, por el contrario, Hillary Clinton proclama la «absoluta libertad» de Internet como un valor universal al que no se puede renunciar, a pesar de que –comenta el diario chino– «el egoísmo de Estados Unidos sigue siendo el mismo». Quizás no se trata sólo de comercio. Sobre ese tema, el semanario alemán Die Zeit pide aclaraciones a James Bamford, uno de los más grandes conocedores de todo lo concerniente a los servicios secretos estadounidenses. «Los chinos también temen que firmas americanas, como Google, sean en definitiva instrumentos de los servicios secretos americanos en territorio chino. ¿Es una actitud paranoica?» «Para nada», responde inmediatamente el experto. Es incluso todo lo contrario, agrega James Bamford, «organizaciones e instituciones extranjeras [también] están siendo penetradas» por los servicios secretos estadounidenses, que disponen además de la capacidad necesaria para interceptar las comunicaciones telefónicas en todas las regiones del mundo y deben ser considerados como «los mayores hackers del mundo». Hoy en día, afirman dos periodistas alemanes, también en las páginas de Die Zeit, no hay duda de ello: «Los grandes grupos de Internet se han convertido en un instrumento de la geopolítica de Estados Unidos. Antes se necesitaban arduas operaciones secretas para apoyar movimientos políticos en países lejanos. Ahora a menudo basta con un poco de técnica de la comunicación, utilizada desde Occidente […] El servicio secreto tecnológico de Estados Unidos, la National Security Agency (NSA), está montando una organización completamente nueva para las guerras a través de Internet.» Se impone entonces una relectura, a la luz de todo lo anterior, de varios acontecimientos recientes de difícil explicación. En 2009, sangrientos incidentes se produjeron en Urumqi y en la región china de Xinjiang, donde habitada principalmente por la etnia uigur. ¿Son la discriminación y la opresión contra minorías étnicas y religiosas la causa de esos hechos? No parece muy plausible, a juzgar por lo que reporta la corresponsal del diario italiano La Stampa, desde Pekín: «Numerosos hans de Urumqi se quejan de los privilegios de que gozan los uigures. Estos últimos, de hecho, como minoría nacional musulmana, tienen […] condiciones de trabajo y de vida mucho mejores que sus colegas hans. En una oficina, un uigur está autorizado a suspender su trabajo varias veces al día para hacer las 5 plegarias musulmanas tradicionales del día […] También pueden no trabajar el viernes, día feriado de los musulmanes. Teóricamente, tendrían que recuperar [esa jornada de trabajo] el domingo. Pero el domingo las oficinas están en realidad desiertas […] Otro punto doloroso para los hans, sometidos a la dura política de unificación familiar que impone aún un solo hijo, es el hecho que los uigures pueden tener 2 o 3 hijos. Como musulmanes, tienen además remuneraciones extras en sus salarios ya que, al no poder comer puerco, tienen que consumir carne de cordero que es más cara.» Parece entonces que las acusaciones de Occidente, que afirma que el gobierno de Pekín está tratando de acabar con la identidad nacional y religiosa de los uigures son, por lo menos, unilaterales. ¿Qué sucede? Reflexionemos sobre la dinámica de esos incidentes. En una ciudad costera de China en la que, a pesar de las diferentes tradiciones culturales y religiosas preexistentes, los hans y los uigures trabajan juntos circula de pronto el rumor de que una muchacha han ha sido violada por obreros uigures. Como resultado, se producen incidentes en los que pierden la vida 2 uigures. El rumor que provocó esta tragedia es falso. Pero se difunde entonces un rumor aún más grave y también más funesto. Circula en Internet una noticia según la cual, en la ciudad costera de China, cientos de uigures murieron masacrados por los hans ante la indiferencia e incluso bajo la mirada tolerante de la policía. Resultado: tumultos étnicos se producen en la región de Xinjiang y provocan la muerte de casi 200 personas, casi todas de la etnia han. ¿Estamos entonces ante una coincidencia desgraciada y fortuita de circunstancias o la difusión de rumores falsos y tendenciosos buscaba el resultado que efectivamente se produjo posteriormente? Nos hallamos en una situación en la que ya se ha hecho imposible distinguir la verdad de la manipulación. Una firma estadounidense ha elaborado «programas [informáticos] que permiten que una persona enfrascada en una campaña de desinformación asuma simultáneamente hasta 70 identidades (perfiles en redes sociales, cuentas en foros, etc.) administrándolas de forma paralela, todo ello sin que sea posible descubrir quién maneja los hilos de esa marioneta virtual». ¿Quién utiliza esos programas? No resulta difícil de adivinar. El citado diario, para nada sospechoso de antiamericanismo, precisa que la empresa en cuestión «presta servicios a diversas agencias gubernamentales estadounidenses, como la CIA y el Departamento de Defensa». La manipulación de las masas celebra su triunfo mientras el idioma del Imperio y la neolengua se hacen, en boca de Obama, más dulces y suaves que nunca. Vuelve entonces a la memoria el «experimento realizado por la CIA» en el verano de 1951, aquel que provocó «una misteriosa ráfaga de locura colectiva» en el «tranquilo y pintoresco pueblito» francés de Pont-Saint-Esprit. Y no nos queda de nuevo más remedio que plantearnos la interrogante inicial: ¿La «locura colectiva» puede inducirse únicamente por vía farmacológica o bien puede ser hoy resultado también del uso de las «nuevas tecnologías» de la comunicación de masas? Lo anterior explica el financiamiento que Hillary Clinton y la administración Obama dedican a los nuevos medios. Como hemos visto, la realidad de las «guerras en Internet» ya está siendo reconocida incluso por importantes órganos de prensa occidentales, sólo que en la jerga del Imperio y según la neolengua la promoción de las «guerras en Internet» se presenta como la promoción de la libertad, de la democracia y la paz. Pero los blancos de estas operaciones no se quedan cruzados de brazos. Como en cualquier guerra, los débiles tratan de compensar su desventaja aprendiendo de los más fuertes. Que a su vez se escandalizan cuando eso sucede: «En Líbano, quienes controlan los news media y las redes sociales no son las fuerzas políticas prooccidentales que apoyan el gobierno de Saad Hariri, sino los “Hezbollah”». Esta afirmación deja entrever un suspiro: ¡Ah, que lindo sería si, como en el caso de la bomba atómica y de las armas (las de verdad) más sofisticadas, las «nuevas tecnologías» y las nuevas armas de información y de desinformación de masas estuvieran únicamente en manos de los países que imponen un interminable martirio al pueblo palestino y de quienes quisieran seguir ejerciendo en el Medio Oriente una dictadura terrorista! La realidad es –se lamenta Moisés Naim, director de Foreign Policy– que Estados Unidos, Israel y Occidente ya no tienen enfrente a los «ciberidiotas de otros tiempos». Los oponentes de ahora «contraatacan con las mismas armas, hacen contrainformación, envenenan los pozos», lo cual es una verdadera tragedia, desde el punto de vista de los supuestos campeones del «pluralismo». En la jerga del Imperio y según la neolengua, el tímido intento de crear un espacio alternativo al que la superpotencia única administra y somete a su propia hegemonía es un «envenenamiento de los pozos».
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