miércoles, 13 de julio de 2011

Muhámmad (sws), el más grande de los revolucionarios

Muhámmad (sws), el más grande de los revolucionarios

Fragmentos del libro “Los Principios del Islam”, publicado en 1977 por el Centro Islámico de Granada


En el desfile de la historia, la silueta sublime de esta personalidad maravillosa domina desde tan alto a todos los grandes hombres de todos los tiempos, que todos los héroes nacionales parecen enanos en comparación con él. Ninguno de ellos poseía un genio capaz de dejar una impresión profunda en más de dos o tres dominios de la vida humana. Algunos fueron brillantes teóricos, pero no consiguieron aplicar sus ideas. Otros fueron hombres de acción a los cuales el saber les faltaba... Algunos son célebres estrategas, otros se han inclinado sobre un aspecto particular de la vida, rechazando por este hecho los demás aspectos. Algunos han consagrado su energía a verdades éticas y espirituales, pero han ignorado la economía y la política. Otros se han ocupado de la política y la economía, pero han rechazado la moral y la vida espiritual. En resumen, se encuentran héroes que son expertos en una sola rama de la actividad humana. Él es el único ejemplo de personalidad en que todas las excelencias se encuentran combinadas. Es un filósofo y un profeta, y también el símbolo vivo de sus propias enseñanzas. Es un gran hombre de estado, y un genio militar; un legislador al mismo tiempo que un maestro de moral; una luz espiritual y un guía religioso. Su visión penetra en todos los aspectos de la vida y no hay nadie que mejore su pensamiento. Sus órdenes y sus mandatos cubren un dominio ilimitado, desde la reglamentación de las relaciones internacionales hasta costumbres de la vida cotidiana como beber, comer y la higiene. Ha establecido un equilibrio tan raro en los aspectos divergentes de la vida que no se puede encontrar ninguna falta, deficiencia o laguna. ¿Se puede citar otro ejemplo de una personalidad tan perfecta y universal?

La mayor parte de las personalidades célebres del mundo han supuesto ser producto de su medio ambiente. Pero su caso es único. Sus alrededores no parecen haber tenido ninguna influencia en la formación de su personalidad. No ha podido ser probado nunca que, históricamente, su nacimiento fuese sincronizado con el orden de las cosas de Arabia de esa época. Lo que se puede decir a lo sumo, es que Arabia en las circunstancias en que se encontraba entonces, tenía una gran necesidad de una personalidad que fundiera en una sola nación las tribus rivales y sentara las bases de su solidaridad y de su bienestar económico, introduciendo a otros países bajo su dominio. En resumen, un guía nacional que tuviera todas las características de un árabe de aquel tiempo, y que gracias a la crueldad y la opresión, la sangre derramada, el engaño y la hipocresía, o no importa qué medio bueno o malo, hubiera enriquecido a su propio pueblo y dejado un reino de herencia a sus sucesores. No se puede probar ninguna otra necesidad histórica de Arabia en esa época.

A la luz de la filosofía Hegeliana de la historia o del materialismo histórico de Marx, no puede decirse más que la época y las condiciones exigían el nacimiento de un jefe que pudiera crear una nación y fundar un imperio. Pero la filosofía de Hegel o de Marx no pueden explicar cómo tales condiciones han podido producir un hombre cuya misión fue enseñar la moral más elevada, purificar a la humanidad de todas sus impurezas, borrar los prejuicios y las supersticiones de esa época de ignorancia y de tinieblas, que miró más allá de los compartimientos estancos de la raza, nación y del país, que en práctica, y no en teoría, puso las transacciones comerciales, la vida cívica, la política y las relaciones internacionales sobre bases morales y produjo un sistema tan equilibrado y moderado entre la vida mundanal y el proceso espiritual, que es considerado, hasta hoy día, como una obra maestra de sabiduría y de previsión, todo como en el tiempo en que estaba con vida. ¿Se puede honestamente llamar a tal persona producto de las tinieblas omnipresentes de Arabia?

No solamente no apareció como producto de su medio ambiente, sino que cuando se examina su misión, no se puede más que deducir que, en efecto, él trasciende a todas las limitaciones del tiempo y del espacio. Su visión franquea todas las barreras temporales y físicas, atraviesa los siglos y los milenios y comprende la esencia misma de la actividad y de la historia humanas.

No es de los que la Historia aparta en el olvido, y no es alabado simplemente porque fue un gran hombre de su tiempo. Es un jefe único e incomparable de la Humanidad actual, cualquiera que sea el siglo y la época. Verdaderamente sus enseñanzas son actuales, cualquiera que sea la época.

Los que la gente bautiza “artífices de la Historia” son solamente “criaturas de la Historia”. En efecto, en toda la historia de la Humanidad, él es el único ejemplo de “artífice de la Historia”. Se pueden pasar por la criba las condiciones históricas en las cuales vencieron las grandes personalidades que han llevado revoluciones, y se darán cuenta que en todos los casos las fuerzas renovadoras reunían sus ímpetus a la vista de una revolución, se orientaban en una determinada dirección y no esperaban más que el momento propicio para estallar. Preparando estas fuerzas a tiempo para la acción, el líder revolucionario representaba el papel de un actor para el cual se ha previsto de antemano una escena y un papel. Por otro lado, entre todos los “artífices de la Historia” y las figuras revolucionarias de todas las épocas, él fue el único que debía encontrar los medios de reunir los materiales en vista de una revolución, que debía conocer la clase de hombres de los que había tenido necesidad para sus designios, porque el espíritu mismo de la revolución y todos sus accesorios eran inexistentes en el pueblo donde su suerte fue echada.

Su poderosa personalidad produjo una impresión indeleble en los corazones de miles de sus discípulos, y les formó en su idea. Por su voluntad de hierro, preparó el terreno para la revolución, modelando la forma y los tratos, y dirigió los acontecimientos ordinarios en la dirección que deseaba. ¿Se puede citar otro ejemplo de un autor histórico tan excepcional o de cualquier revolucionario tan brillante?

Se puede meditar en eso, y preguntarse cómo en ese período de tinieblas de hace más de 1.400 años, en una región tan oscura como Arabia, un comerciante y pastor árabe analfabeto llegó a poseer tal luz, saber, poderío, capacidades y virtudes morales tan desarrolladas.

Se puede decir que no hay nada de particular en su mensaje. Es el producto de su propio espíritu. Si hubiera sido así, entonces hubiera podido proclamarse dios. Y si hubiera hecho tal afirmación en esa época, los pueblos de la tierra, que no vacilaban en llamar dios a Krishna y Buda, y a Jesús Hijo de Dios, por pura imaginación, y que podían sin escrúpulos adorar las fuerzas de la Naturaleza, el fuego, el agua, el viento, habrían voluntariamente reconocido en una personalidad tan asombrosa como Mujámmad (Bendiciones y Paz de Dios sean con él) como el Señor mismo.

Pero he ahí que él afirmó precisamente lo contrario. Porque proclamaba: “Yo soy un ser humano como vosotros mismos. Yo no os he aportado nada de mi propia iniciativa. Todo esto me ha sido revelado por Dios. Todo lo que yo pueda poseer Le pertenece. Este mensaje, del que la Humanidad entera no es capaz de producir un equivalente, es el mensaje de Dios, no es producto de mi propio espíritu. Todas sus palabras me han sido inspiradas por Él, y toda la gloria viene de Él. Todos los actos maravillosos que hablan en mi favor a vuestros ojos, todas las leyes que yo he dado, todos los principios que he anunciado y enseñado, ninguno viene de mí. Yo sería, en efecto, incapaz de producir tales cosas con el único poder de mis capacidades personales. Yo busco los mandatos divinos en todas las cosas. Todo lo que ordeno, yo lo he hecho, todo lo que Él dicta, yo lo proclamo.”

¡Qué maravilloso y viviente ejemplo de franqueza, de integridad, de verdad y de honor! Un mentiroso o un hipócrita tratarían generalmente de atribuirse todo el crédito de las acciones de los demás, incluso cuando la falsedad de lo que dice puede ser fácilmente probada. Pero este gran hombre no se apropió del crédito de estas hazañas, incluso cuando nadie podía contradecirle, pues no era posible descubrir la fuente de su inspiración. [...]

[...] La vida y las enseñanzas de los Profetas (la Paz de Dios sea con todos ellos) son los faros que guían al pueblo en el Camino Recto, y también que sus enseñanzas y sus mandatos estén vivos durante mucho tiempo, y esté él también de alguna forma, vivo. La muerte verdadera de un Profeta consiste no en su muerte física, sino en la litigación de sus enseñanzas y la interpolación de sus mandatos.

Los Profetas antiguos han muerto porque sus discípulos adulteraron sus enseñanzas. Interpolaron sus instrucciones y apagaron su vida ejemplar atribuyéndoles acontecimientos ficticios.

Ninguno de los antiguos libros —Tora de Moisés (P), Salmos de David (P), Evangelio de Jesús (P)— existe hoy día en su texto original, e incluso sus discípulos confiesan que no poseían los originales. Las biografías de los antiguos profetas están totalmente mezcladas con ficción hasta el punto que un informe preciso y auténtico de sus vidas es un hecho imposible. Sus vidas han llegado a ser cuentos y leyendas y no se puede encontrar en ninguna parte un informe digno de fe. No solamente porque los relatos han sido perdidos y sus preceptos olvidados, sino porque no se puede incluso saber con certeza dónde y cuándo tal o cual Profeta nació y fue educado, cómo vivió y qué código dio a la Humanidad. [...]

Juzgando los hechos sobre estos criterios, nadie puede negar que Mujámmad (ByP) y sus enseñanzas siguen vivos. Sus enseñanzas están inalteradas e inalterables. El Corán —el libro que ha dado a la Humanidad— existe en su texto original sin que le falte ni una jota. El relato completo de su vida (sus palabras, sus instrucciones, sus acciones) es conservado con una exactitud total, y aunque hayan transcurrido más de 14 siglos, su delineación en la historia es tan clara que nos parece verla con nuestros propios ojos. Ninguna biografía ha sido tan bien conservada como la de Mujámmad (ByP), el Profeta del Islam. En todas las fases de nuestra existencia, podemos buscar los mandatos de Mujámmad (ByP) y tomar ejemplo de su vida. Por esto, no hay necesidad de otro Profeta después de Mujámmad (ByP), el último de los Profetas.

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